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Rita y Segovia

Hay tanto que decir de Segovia, que cualquier relato, libro o documental se quedará siempre corto. Obviamente no podré en este texto explicar todo lo que sentí y conocí durante mis primeros días de trabajo en este municipio. Hasta ahora, de todos los que he conocido del Nordeste de Antioquia, este es el que más me ha inquietado, sobre el que más preguntas me he hecho y, si se quiere, el que más me ha dolido.

Segovia

Segovia es uno de los 170 municipios del país que hacen parte de la priorización que se hizo en el marco del acuerdo de paz con las FARC, debido a su afectación por el conflicto armado del país,  y para los cuales se definió formular planes de desarrollo con enfoque territorial, conocidos como PDET. Aunque no hay un solo municipio del país que no haya sido afectado por la guerra, como dice el conocido reguetón: “hay niveles de niveles”, y Segovia ha llevado una de las peores partes.

Empecemos por algo simpático: sus mismos habitantes reconocen que es el pueblo con más motocicletas de Antioquia. Hablan que hay en promedio cuatro por casa, así que, si el barrio Manrique de Medellín parece atiborrado de motos, pues acá hay muchas más.  Y muy parecido a lo que ocurre en los barrios populares de Medellín, acá tampoco nadie usa casco, excepto los agentes de tránsito.

Pero así como hay muchas motos, hay muy pocos vehículos y esto se debe, creo, a que sus calles son muy estrechas y entrecortadas, no existe ninguna cuadrícula del municipio, sus vías tienen una “lógica” muy similar a la forma en la que se construyó el barrio Moravia de Medellín, así como muchos barrios populares de las ciudades del país.

Mientras iba hacia Segovia pensaba en las historias de brujas y en especial en la masacre de 1988, en lo poco que sabía de la alcaldesa que tuvo en ese tiempo, de la durísima historia que sufrieron tanto ella como su municipio. Me dio mucha alegría saber que ella aún estaba viva, aunque exiliada desde 1990 cuando no aguantó más y tuvo que salir escondida en una volqueta de su municipio antes de terminar su periodo.

Rita Ivonne

Rita Ivonne Tobón se llama y era una jovencita de apenas 23 años, cuando fue elegida alcaldesa de Segovia. Fue durante las primeras elecciones populares de alcaldes que se realizaron en el país, que ampliaba por la vía democrática la participación de la ciudadanía, pero que al mismo tiempo se cerraba por las balas. Era evidente que para esta época, actores con mucho poder no estaban listos ni de acuerdo con que la estructura del poder que se había tenido en el país cambiara tan prontamente, y menos a perderlo porque “simplemente” un pueblo, o muchos, no hayan votado por ellos.

Al llegar a Segovia y en medio de los descansos de las jornadas con la comunidad, preguntaba si alguien la había conocido, hasta que llegué a don Fernando*, como lo llamaré en este relato. Se trata de un señor adulto, de expresión siempre amable y tranquila, y de aproximadamente 60 años, quien me contó que fue uno de los escoltas personales de Rita Ivonne, la alcaldesa.

Conversé cerca de dos horas y media con don Fernando*. Muchas preguntas le hice y él a todas respondió de manera pausada, al principio con cierta prevención, después con mucha más tranquilidad, luego de que también le fui contando más sobre mí. Antes de cada respuesta, miraba un poco hacia arriba, como tratando de recuperar objetos que había guardado en algún lugar alto, fuera del alcance cotidiano.

Don Fernando llegó a ser escolta de Rita Ivonne al poco tiempo de ser elegida alcaldesa. Por las constantes amenazas que ella había recibido decidieron asignarle un grupo de escoltas. A él lo eligieron tanto por haberla apoyado en campaña como por haber prestado servicio militar; luego tuvo entrenamiento para aprender los aspectos básicos sobre proteger a una persona en un curso durante un par de semanas por parte del DAS, con el que le entregaron como dotación un revólver Llama Martial, de fabricación colombiana y algunos cartuchos.

11 de noviembre

Ese viernes 11 de noviembre de 1988, día en que ocurrió la masacre, Fernando ya había terminado su turno. Eran aproximadamente las seis treinta de la tarde cuando se dirigía rumbo a su casa y escuchó los primeros disparos. Según le contó uno de sus vecinos, que llegaba poco después, era que la guerrilla se había metido al pueblo. Fernando decidió encerrarse en su casa con su familia. Por esos días no había teléfonos celulares y eran pocas las casas que tenían una línea telefónica, la de Fernando no era una de esas, así que no supo nada más esa noche.

Al pueblo había ingresado un comando de unos 15 hombres, armados con fusiles, pistolas y granadas, que se movilizaban en tres camperos y que hacían parte de un grupo paramilitar liderado por Fidel Castaño. Varias cuadras antes del parque principal empezaron a disparar por las ventanas de los vehículos, a todas las personas que se encontraron a su paso. En el parque se detuvieron e ingresaron a varios negocios. Uno fue al quiosco donde dispararon a todas las personas, en otros lanzaron granadas al interior.

Después, siguieron su recorrido por las vías del pueblo y se dirigieron una a una hasta varias casas que tenían previamente identificadas, en las que entraron y mataron a quienes encontraban. Una de estas casas pertenecía a una familia de apellido Restrepo, tradicionalmente vinculada al Partido Liberal, pero que había decidido apoyar la campaña de Rita Ivonne a la alcaldía.

Al día siguiente, muy temprano, Fernando se dirigió hacia la Alcaldía para recibir su turno y saber qué había ocurrido. En el camino se encontró con varios cuerpos de personas asesinadas y, al llegar al parque principal, vio que en el quiosco por lo menos siete cadáveres que nadie había todavía recogido. Todo estaba tal cual el día anterior, un lugar destrozado, todo “patas arriba” y un penetrante olor a sangre asentado en ese sitio y varias calles.

En el edificio de la Alcaldía ya estaba la Policía y el Ejército, Rita Ivonne se encontraba en su oficina, realizando llamadas para denunciar lo que había pasado y pedir apoyo. Cuenta Fernando que a pesar del tamaño de lo ocurrido, la población demostró toda su solidaridad y salió a recoger los cuerpos, el grupo de bomberos, los jóvenes scouts, servidores públicos, entre otros, se sumaron a esta dura tarea. Entre tanto, el hospital se encontraba colapsado por la cantidad de personas heridas, muchas en estado crítico.

El resultado fatal de la masacre de Segovia: 52 personas asesinadas entre las que se contaron cinco niños, durante los cerca de 45 minutos de la caravana de la muerte.

No vieron ni escucharon nada

Lo más desconcertante de todo lo ocurrido ese día es que, para esa época, solamente había una entrada de ingreso a Segovia. Cualquier vehículo que ingresara debía luego retornar por la misma vía para salir. Al lado de esta vía y justo a la entrada del pueblo está una base militar con por lo menos 150 soldados y oficiales. Estos instalaban de manera permanente un retén justo al frente de su base pero, casualmente, ese día no lo habían montado.

Los asesinos ingresaron al pueblo pasando al frente de la base militar, realizaron disparos, ráfagas de ametralladora y lanzaron granadas. Luego se devolvieron en su recorrido y salieron nuevamente por las mismas calles, pasaron por el frente de la misma base del Ejército, pero los militares no reaccionaron ni salieron en ningún momento.

En una entrevista, que posteriormente Rita Ivonne ofreció desde el exilio a un medio nacional, cuenta que durante el ataque ella llamó directamente al comandante de la estación de Policía para avisarle que el pueblo estaba siendo masacrado. En ese momento, la respuesta que recibió fue que la estación también estaba siendo atacada y que no podían salir.

Pero al día siguiente, ella llegó personalmente hasta la estación y se percató de que no había ni un solo disparo sobre la fachada y que tampoco había señales de un enfrentamiento, como casquillos de balas. Por eso decidió tomarle fotos al edificio, dejar la evidencia y enviarla luego a las autoridades nacionales.

También, el mismo día en que ocurrió la masacre, ella había alertado al entonces gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur y al ministro de Defensa, César Gaviria, de quienes no obtuvo ninguna ayuda.

Ya existían varias amenazas sobre un posible atentado a la población y precisamente ese día, los policías que le asignaban cotidianamente para la protección de la Alcaldía no llegaron y cuando llamó para consultar por ellos, no sabían darle respuesta. Así que ella supo que ese día sería muy posiblemente el día del ataque.

La volqueta

Rita Ivonne había tenido que confinarse en la Alcaldía, en los días siguientes a la masacre. Allí habilitaron una pequeña habitación para ella, en la parte superior del edificio y al lado una sala en la cual permanecían de noche dos de sus escoltas. Una de esas noches, mientras ella dormía, trataron de ingresar por el techo de su habitación para matarla. Rita respondió con disparos al techo cuando escuchó los movimientos y logró resguardarse. No lograron su propósito.

Lo que ocurrió después hace parte de esas cosas que pasan en Colombia y que superan la imaginación, eso que hace parte del “realismo mágico” o en este caso, “trágico” de nuestro país.

A pesar de las múltiples amenazas y presiones, Rita no renunciaba a su cargo y no lograban acabar con su vida. Decidieron asesinar a uno de sus hermanos, para que ella tuviera que salir de la Alcaldía para asistir al sepelio y allí darle muerte. Pero Rita, no obstante todo el dolor, tomó la decisión de no asistir: .sabía que esos eran los planes para ejecutarla.

Rita Ivonne tomó la decisión de dejar su cargo, pero no era suficiente con que renunciara, debía salir del pueblo con su familia. Ella y sus escoltas acordaron que lo mejor era que para salir del pueblo usara un vehículo diferente al que usaba, para no despertar sospechas y evitar así un posible atentado. Decidieron salir en una de las volquetas de la alcaldía. Rita, un escolta y el conductor de la volqueta iban adelante y Fernando, con otro escolta en el volco. Salieron muy temprano y se fueron así hasta un pueblo vecino, donde la estaba esperando un vehículo que la llevó a Medellín.

“Eso era lo mejor que podíamos hacer”, me dice don Fernando*, mientras en sus ojos se asoman las lágrimas que ha contenido durante la conversación. “¿Qué podíamos hacer nosotros con un destartalado revólver y unos cartuchos para protegerle la vida? ¿Qué podría hacer uno en un ataque de un comando armado con fusiles como el que entró al pueblo?

Rita Ivonne salió de su pueblo unos 10 meses antes de finalizar su periodo de gobierno. Se reunió con su familia en Medellín y buscaron asilo en un país de Europa, de eso hace ya 34 años. De los nueve concejales que la acompañaron, solo tres sobrevivieron a aquella época y, también Fernando*, su escolta, que todavía la recuerda con gran cariño y admiración.

Espero algún día conocer a Rita Ivonne y también entrevistarla. Mientras eso ocurre, les pido me ayuden a hacerle llegar este artículo y este mensaje: Sra. Rita Ivonne, muchas gracias por lo que hizo por Segovia, gracias por permanecer con vida. En especial quiero enviarle un abrazo que le llegue a través del tiempo a esa joven Rita, que estuvo tan sola y que se sentía tan impotente. Que este abrazo le consuele el corazón a esa joven soñadora. A pesar de todo lo doloroso y difícil que ha sido su historia y la época en la que fue alcaldesa de Segovia, usted es  símbolo de esperanza para nuestro país.

*El nombre se ha cambiado.

Por: Jhon Hélber Rodríguez.

Comunicador social y magister en administración de negocios MBA.

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