“Estoy enamorao de cuatro babys
Siempre me dan lo que quiero
Chingan cuando yo le digo
Ninguna me pone pero”
Dice Maluma en Cuatro babys.
“Caballo le dan sabana
Y tiene el tiempo contao’
Y se va por la mañana con su pasito apurao’
A verse con su potranca
Que lo tiene embarrascao”
Canta desde el llano Simón Díaz.
Y la Orquesta Mondragón:
“Lolita, me excitas
Perversa piel de melocotón
Lolita, maldita
Adolescente sin corazón”.
Alci Acosta y José Feliciano:
“Yo tuve que matar a un ser que quise amar
Y, aunque aun estando muerta yo la quiero
Al verla con su amante, a los dos los maté,
Por culpa de esa infame moriré».
Estas canciones, que seguramente conocemos y cantamos muchos de nosotros, naturalizan que el cuerpo, especialmente el de las mujeres, es una mercancía, que debe ser fresca, que podemos usar como si fueran de nuestra propiedad, de cuya vida podemos disponer. La sociedad le está asignando demasiado valor a unos modelos de belleza exógenos que hipersexualizan a las niñas, que no corresponden con nuestra realidad y que privilegian un estándar que desprecia la dimensión intelectual y afectiva de las personas. El problema es cultural.
Lo que incomoda
Hace tiempos que yo no pasaba por el parque Lleras, había visto en la televisión al exalcalde Quintero declarar pomposamente que había rodeado de vallas ese emblemático sitio de Medellín para controlar la inseguridad que se experimentaba en este sector.
Me asombró que, hace pocos meses, en el propio parque y en sus alrededores se hacía evidente, inclusive durante el día, la oferta de servicios de mujeres en situación de prostitución. A pesar de que no tengo prejuicios morales por el ejercicio de esa práctica, creo que deteriora un espacio que es usufructuado por familias de medellinenses y de visitantes. El hecho de que, durante los últimos años, bajo el gobierno de varios alcaldes, la situación se haya agravado continua y exponencialmente, evidencia que la mayor responsabilidad política le corresponde a los mandatarios.
Lo criminal
Los hechos que disparan las alarmas en la ciudad, en el país y en Estados Unidos, son dos aborrecibles episodios de abuso infantil: en uno de ellos, a pesar de la flagrancia y de las pruebas encontradas en el sitio, dejan en libertad al pederasta Thimoty Alan. En el otro caso, se conocen unos terribles mensajes de WhatsApp en los que Stefan Andrés Correa transa las condiciones para sus fechorías, e incluso reclama por las manifestaciones de dolor de una de sus pequeñas víctimas.
No podemos desconocer que parte de la responsabilidad de estos execrables hechos nos corresponde a toda la ciudadanía. Sabemos que ha sucedido siempre, no solo en Medellín, no solo en Colombia, hoy nos molesta más porque ocurrió en un lugar más cercano a nosotros, más alejado de la oscuridad, en la esquina de nuestra casa.
Una amiga, hondamente compungida por estos hechos sentencia: “lo que está pasando en Medellín, siento que es sobre todo un odio muy grande y muy interseccional por algo que un extranjero, hombre blanco con plata, considera desde todo punto de vista inferior a sí mismo… y lo peor es que vivimos en un sistema que lo respalda. O ¿qué puede ser más insignificante a la luz de este constructo que una niña, mujer, hija de algún nadie, pobre, de un país pobre del tercer mundo?”.
Esta reflexión me trajo a la mente a Yuliana Samboní, la niña indígena que fue secuestrada, violada y asesinada por el arquitecto Rafael Uribe Noguera en Bogotá en 2016; otra evidencia que, además de ser cultural, estos hechos no se circunscriben a la periferia sino que se viven en nuestras principales ciudades.
Es pertinente la importancia que le ha asignado el alcalde Federico Gutiérrez a este hecho y los esfuerzos que ha concentrado en combatirlos, pero serán infructuosos si no se abordan, integralmente, desde sus causas más profundas.
Uno de los conjuntos de acciones que emprendió el alcalde es el legal; con la Policía, Fiscalía, Bienestar Familiar y las autoridades judiciales hay que perseguir a los proxenetas, a los padres cómplices y perpetradores y por supuesto a los criminales pederastas. Lo complejo de este camino es que no siempre se cuenta con el pleno concurso de las autoridades. Ejemplo de ello es que en Medellín, desde hace varias décadas, en las inmediaciones del parque Bolívar, en el centro de la ciudad, se ejerce el comercio sexual de mujeres, hombres, trans y menores a dos cuadras del CAI de la Policía.
La formación ciudadana, la concientización de que la pederastia es un delito, el anuncio de que serán perseguidos quienes lo perpetran es necesario, pero no se logra el objetivo con unas pocas jornadas en el aeropuerto que cubran los medios de comunicación. Si queremos transformar la realidad que permite la venta de niños y niñas a los criminales para satisfacer sus repudiables deseos, hay que apuntarle a la transformación de los imaginarios colectivos, hay que reconstruir lo simbólico.
Debemos lograr mediante las herramientas apropiadas, que la totalidad de la población, incluidas las autoridades, piensen que no es bonito disponer del cuerpo de una persona, que es muy “feo” abusar de la gente indefensa, que les parezca tan desagradable que estén dispuestos a actuar.
Se debe diseñar e implementar una estrategia que articule los esfuerzos de las organizaciones sociales de mujeres y niños, de la academia, la comunidad y los medios de comunicación, que sea liderada por la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. Una estrategia pedagógica, sin “likes”, con indicadores que garanticen el bienestar de lo más frágil, de lo más caro, de lo que debemos proteger incondicional y desinteresadamente: nuestra infancia.
Por: Luis Miguel Úsuga Samudio
Ex secretario de Cultura de Medellín