Cuando yo era niño, mi abuelo me contaba historias que sucedieron a mediados del siglo pasado, cuando la “época de la violencia”. Me relataba que a los liberales les cortaban el cuello y les sacaban la lengua por el corte; a eso le llamaban “el corte de franela”. Me contaba que el sacerdote de Buriticá, el pueblo originario de nuestra familia, no lo dejaba entrar a misa porque él era liberal. “Eso no importa mijo porque Dios está en todas partes y ese sacerdote era solamente un hombre, él no era Dios”. El papito Luis Adán me narraba una escena que sucedió en el Puente de Occidente cuando tuvo que huir precipitadamente del pueblo porque los conservadores lo iban a matar (en esa época la cédula de ciudadanía tenía consignado el partido político al que pertenecía el ciudadano): desde una curva del camino, el abuelo se percató de que la Policía tenía un retén en el puente y vio cómo asesinaban a varias personas después de revisarles la cédula y las arrojaron al río Cauca. El abuelo se escondió por varios días, vadeó el río y terminó asentado con su numerosa familia en Medellín. Sesenta años después, en una reunión familiar, mi tío Fernando sentenciaba: “Si no hubiera sido por su papá esta familia no existiría: en la época de la violencia nos iban a matar a todos y Luis nos salvó”.
Mi papá se formó como oficial de las fuerzas armadas -mi abuelo era de “modo” y pudo cubrir los costos de la educación de todos los hijos que quisieron estudiar. Cuando mi padre, en época de vacaciones visitaba Buriticá, a pesar de ser muy joven, el alcalde militar del pueblo lo tenía que saludar porque era oficial de un rango superior. Esta circunstancia no eximió de riesgo a la familia ya que el pueblo era de mayoría conservadora. Debido a una lesión mi papá se retiró de las fuerzas armadas y ante la inminencia de la desaparición de su familia y las otras pocas de filiación liberal, conformó una guerrilla con diez personas y armamento moderno importado de Europa. Muchos años después, cuando yo ya era padre, le pregunté al mío cómo terminó su experiencia como guerrillero. Me respondió que tenían una organización compartimentada, todos seguían desempeñando sus actividades cotidianas y solo actuaban cuando agredían a algún personaje liberal del pueblo. Pero un día se enteró de que sus compañeros mataron al bobo del pueblo porque era conservador y este hecho le hizo tomar conciencia de los peligros que conllevan las armas por fuera de la institucionalidad, enterró su carabina en una finca y se fue a vivir a Medellín.
¿Fue mi padre un criminal por formar parte de las guerrillas liberales? ¿Es legítimo armarse para defender la propia vida o la de la familia?
Una buena parte de las personas que integraron la guerrilla de las FARC, tuvo, en sus inicios, razones similares a las de mi papá para vincularse a esas fuerzas: muchos de ellos estaban defendiendo sus tierras y las vidas de sus seres queridos. Mi familia contó con la fortuna de que en algún momento mi papá decidió dejar de ser guerrero y se incorporó a la vida civil. Había condiciones que se generaron desde la institucionalidad, pero no fueron suficientes pues pervivieron varios movimientos guerrilleros. Pero mi familia y muchas más, a pesar de los dolores de la “época de la violencia” decidieron participar en la construcción de este país de manera pacífica.
Muchas de las causas de la guerra continúan para muchos de los colombianos, de izquierda y de derecha, ricos y pobres, campesinos y citadinos. Yo creo que las soluciones se pueden dar sin tener que eliminar al otro: ese método nos ha costado muchos muertos y varias generaciones de angustia.
Yo tengo la esperanza de poder contarles a mis nietos cómo hicimos para terminar con la violencia, quiero narrarles cómo dimos el primer paso importante mediante un plebiscito…
¡YO VOTO SÍ!