Después de la marcha del viernes 07 de octubre en Medellín, tomé un taxi que esperaba pasajeros a un costado del Teatro Pablo Tobón Uribe. Había viajado desde un municipio en el suroeste para estar en esta marcha, la necesitaba como una medicina, quería gritar en coro mis esperanzas y recargarme de energía. Le indiqué al taxista la dirección. Se trataba de un señor de unos sesenta años. De inmediato le pregunté si había votado.
– Yo voté por el no, me dijo, y sin que yo hubiera lanzado la siguiente pregunta, continuó: a mí me tocó ver cuando las FARC mataron a mi papá y a mi hermanito en el patio de la casa, hasta una gallina calló ahí con un tiro, y se señalaba el cuello con el dedo índice.
– Entiendo.
– A mí no se me sale esa imagen de la cabeza. Yo soy uno de los que voté porque las FARC no van a pagar un día de cárcel, eso es injusto hombre.
– Eso no es cierto, le dije. Si hablamos de cárcel con rejas, es verdad, pero ellos van a cumplir penas ayudando en temas como desminado, búsqueda de desaparecidos, me esforcé en explicarle.
– Eso a mí no me sirve.
– ¿Qué le serviría a usted?
– Acabar con esos hijueputas.
– ¿Matarlos?
– Sí, acabar, decía agitando en el aire ambos brazos mientras el taxi avanzaba.
– Le voy a hacer una pregunta que lanzo en estos casos, se la hago con mucho respeto, advertí. ¿Si en una plaza pública estuvieran cien guerrilleros de las FARC desarmados, y usted tuviera una ametralladora con doscientas balas, usted les dispararía?
– Me lambo a esos hijueputas, a todos, y si me toca los pago en la cárcel o en los infiernos.
– Quedaría usted como uno de los autores de las peores masacres de la historia de Colombia.
– No me importa.
– ¿Usted sabe que por una situación parecida Tirofijo creó a las FARC, los hermanos Castaño las Autodefensas?
– Sí yo sé.
– Martín Sombra, el carcelero de las FARC y uno de los guerrilleros más crueles, cuenta que cuando tenía nueve años le tocó ver como un grupo de hombres pertenecientes a Los Pájaros, mataron a su madre, castraron a su tío en el patio de la casa y le pusieron los geniales en la boca, quedó huérfano y luego Tirofijo que era amigo personal de su padre, lo recogió y desde entonces se quedó en la guerrilla para vengar esas muertes. ¿No le da susto repetir esta historia?
– No me importa.
– ¿Y si como le tocó a usted, y a Martín Sombra, las familias de esos cien guerrilleros están en la misma plaza, les toca ver la masacre, y luego se proponen vengar los muertos y la emprenden contra usted y su familia? Es decir les pasa lo mismo que a usted.
– …., el silencio y un respiro sacado de las entrañas fue su respuesta.
– ¿Usted tiene hijos?
– Tengo cuatro, a todos los mandé para el ejército para que acaben con la guerrilla.
– ¿Y ya volvieron?
– Solo uno, los otros son soldados profesionales.
– ¿Ya se reportó como víctima, como desplazado para que reciba ayuda?
– Yo no le tengo que mendigar nada a nadie, por eso tengo este carro.
– ¿Quiere decir algo que no haya dicho, sacar algo que no haya sacado?
– No sé ni por qué estoy hablando de esto con usted, dijo llorando y deteniendo el taxi. Alargué mi mano hasta su hombro y se lo apreté en un gesto de compasión. Pensé en decirle que me permitiera abrazarlo, pero no se lo dije. Estoy arrepentido de no haberlo hecho.