Esta publicación, a la vez triste y esperanzadora, nos recuerda lo imprescindible que es la memoria. Una memoria necesaria para todos: los de izquierda, derecha, centro, los que no tienen inclinaciones políticas, las víctimas y los victimarios. Porque, al final, incluso quienes justifican la guerra bajo cualquier argumento son responsables de este inmenso mar de tristezas que nos corresponde evitar.
Lamentablemente, en Colombia y en el mundo, siguen gestándose más guerras, más dolores, más desesperanza. Y las madres, como fuente de vida, seguirán luchando por la solidaridad y la esperanza.
Las palabras también matan. Esa tendencia a borrar al otro en el lenguaje, esa dificultad para encontrarnos con quienes piensan diferente. Esa facilidad con la que sentenciamos: No estaban cogiendo café en el monte, quién sabe con quién se metió, ese es amigo de la guerrilla o de los paras… Ese impulso de encasillar, de generalizar, de uniformar. La misma lógica que deshumaniza y que, en manos de otros, se convierte en razones para acabar con la vida del otro.
Resulta desgarrador ver que, después de las tragedias de los años cincuenta, ochenta y noventa, esos discursos siguen vigentes. No solo en Colombia, sino en El Salvador, en Palestina, en Israel, en Estados Unidos, en Europa, en Argentina… en todas partes.
Tal vez la esperanza radique en seguir leyendo, en escribir lo que pasó, en conocer los hechos. En entender que el fruto de esos odios es la tristeza de otros, y muchas veces, de quienes más amamos.
Por eso, esta rigurosa investigación de Alonso Salazar es más vigente que nunca. Persistir en descubrir esas verdades es urgente. Solo así habrá futuro.
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Por: Luis Miguel Úsuga Samudio
Exsecretario de Cultura de Medellín