Al trabajar como psicoterapeuta advierto, cada vez con más frecuencia, el creciente deseo de muchas personas de saber “la verdad de los sentimientos” de los otros o el deber de tener que decir todo al otro cuando se le ama. Si bien este deseo prevalece en los vínculos de amor, comienza a aparecer como necesidad también en la amistad y en las familias. Obviamos que en toda relación humana es inevitable que algo del otro nos resulte opaco, misterioso; que no podamos tener certeza de si aquello que el otro nos cuenta es cierto o qué oculta detrás de sus palabras. De ahí que podamos dudar de lo que dice de nosotros, de lo que nos expresa sobre cómo nos ve, y también de lo que nos permite saber de lo que hace en el tiempo que no compartimos juntos. Dudamos de que las palabras “te amo”, “te admiro” o “eres muy importante para mí” sean verdaderas e imaginamos muchas veces que se nos dicen para manipularnos o engrandecernos y, si bien varias veces puede suceder así, no es lo más frecuente.
Escudriñar, perseguir e inspeccionar “la verdad de los sentimientos” de otra persona es una tarea que al final nos dejará temblando de frío. Los afectos en los vínculos, lejos de lo que pretendemos, no son ni puros, ni estables ni ideales. Nadie ama todo de otra persona a menos que no le conozca mucho o haya construido una fantasía de lo que la otra persona es, a la medida de sus propios ideales. En la complejidad de los vínculos, por mucho que amemos, no se borran las incomodidades, los fastidios y dudas que toda persona, por humana que es, también genera en quien le admira y ama.
Pedir a la otra persona que nos cuente siempre todo lo que piensa y siente sobre nosotros o creer que tenemos el deber de decírselo, leer los diarios de la otra persona, o mirar conversaciones con terceros -además de la muy discutida violencia que significa- sólo nos dejará en evidencia una verdad inevitable y es que todo amor fluctúa, es contradictorio y cambia en el transcurrir del tiempo. Con esto no quiero decir que todo amor se acaba o se corroe, sino que todo amor es siempre, también, una aceptación y un silenciamiento de lo que de la otra persona fastidia o hace dudar.
Y esta idea es quizás polémica en una época donde se invita a que las personas digan y dialoguen todo, a que “la verdad” -como si fuera solo una- sea la apuesta de las parejas y la amistad y, a pesar de la fuerza con la que se insiste en ello, me atrevo a decir que lo considero un desacierto.
Los vínculos humanos guardan tanta complejidad que necesitamos construir ficciones que nos protegen de la crudeza de la verdad, porque como dice la socióloga Eva Ilouz, es la belleza del amor y no su verdad la que nos permite acompañarnos y sostenernos. Muchas veces es preferible confiar en que no todos los silencios envuelven conspiraciones y que lo que las otras personas deciden decirnos, lo eligen para sostener y cuidar un vínculo que les importa y quieren hacer perdurar en el tiempo.
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Autora: Luisa Fernanda Espinal Ramírez
Psicóloga, PhD (c) en Humanidades, magíster en psicología social y fundadora de Círculo Amazonas.