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No estamos “polarizados”, estamos ante un posible cambio de época

Hemos escuchado de manera permanente que Colombia está polarizada, que el país está dividido y que es un fenómeno muy grave que afecta “el normal desarrollo del país”. Pues yo considero, de ser cierto, todo lo contrario, que en vez de ser un “momento catastrófico” es señal de una sociedad que está en evolución.

 

¿Podemos hablar de mitades? Quienes hablan de un país polarizado, no se están refiriendo propiamente a un país que está “divido en dos”. Lejos estamos de eso. Solo se refieren a dos tendencias en disputa, (por lo menos así lo vimos en el plebiscito) pero estas tendencias no representan ni tan siquiera a la mitad de la población colombiana. Sólo el 36% de los colombianos salieron a votar y, contundentemente, lo que demuestra esto no es un país polarizado, sino un país, por decirlo de alguna manera, “desmocratizado”, sin ciudadanía preparada para la democracia. Ese escaso 18% de los colombianos que, casi por mitad, votaron en cada lado están muy lejos de que puedan representar a un país “dividido en dos” o “polarizado”.

 

Más aún, desde el punto de vista partidista, es absurdo pensar que quienes votaron por cada pedazo, con 18%, se sienten representados integralmente en quienes eran las figuras más visibles de una u otra opción: Santos y Uribe.

 

A pesar de que no estamos divididos en mitades, menos entre las élites en disputa que representan una misma clase y pensamiento político, lo que sí es evidente, es que Colombia vive actualmente una disputa en el escenario político por transformaciones que se habían trasladado de la política a las armas desde hace 50 años: ese desconocimiento de las otras ideas fue lo que detonó el surgimiento de las guerrillas en Colombia.

 

Lo que llaman “la polarización” no es otra cosa que la evidencia real de la lucha interna de un país y una sociedad por un cambio de época, en una coyuntura donde se da una medición de las fuerzas que cada lado tiene de manera real en todos los escenarios. Es, desde mi punto de vista, una oportunidad, un momento afortunado.

 

Durante casi 15 siglos (476 y 1492 D.C.) el mundo vivió en una aparente armonía, la economía estaba basada en el feudalismo y los estados eran controlados por estructuras monárquicas que obtenían su apoyo de la aristocracia y de jerarquía eclesial. Pero al mismo tiempo fueron los años en los cuales la humanidad en su conjunto y las sociedades menos avanzaron. Se controlaba todo: la riqueza, el pensamiento, la fe.

 

Pero el fin del medioevo no fue fácil y mucho menos las luchas de las nuevas clases sociales por su participación en las decisiones de una sociedad que no los representaba y de la cual ya eran la mayoría: los burgueses. Las diferencias se llevaron a los campos de guerra, miles de siervos de los de los señores feudales fueron masacrados cuando se opusieron a trabajar sin derecho a la tierra que cultivaban y a sus utilidades y muchos reyes, monarcas y feudales fueron depuestos y colgados con sus familias enteras. La transformación de la sociedad también tocó a la iglesia y poco tiempo después la llamada “Reforma Protestante” de Martín Lutero y Calvino, movieron sus bases. La hoguera y la Santa Inquisición fueron la forma en que, en este campo, se disputaron las “diferencias” ideológicas por cerca de tres siglos más.

 

Europa era, inevitablemente, una sociedad “polarizada”, entre quienes querían conservar sus privilegios de 15 siglos y quienes buscaban un espacio para lo cual los anteriores debían dejar el poder. ¿Fue entonces “grave” para el mundo este enfrentamiento? Claro que no. Era absolutamente necesario, lo lamentable de ello fueron las formas violentas que se desencadenaron para poderlo lograr. Al final el nuevo sistema económico y un nuevo pensamiento llamado “moderno” había sentado sus bases.

 

Historia similar vivió el mundo con la Revolución Francesa. No se tienen cifras claras, pero se estima que durante el periodo de la “Revolución” fueron decapitados entre 20.000 y 40.000 franceses, no todos ellos pertenecientes a la aristocracia, pues no eran tantos. El país de “La Libertad” había iniciado una de las épocas más sangrientas de la historia de la humanidad, pero también una de las más importantes en la evolución de la democracia y las sociedades. Sin duda también fue inevitable que el país estuviera “polarizado”. ¿Cómo no estar en contra del gobierno y privilegios exclusivos de una monarquía mientras los franceses morían de hambre? Y, del otro lado ¿cómo renunciar a los “abolengos”, títulos de honor, riquezas, tierras y privilegios heredados que tenían los aristócratas y jerarcas católicos? Claro que era evidente que estuviera “polorizada” Francia en 1873 con Robespierre ordenando que le cortaran la cabeza a aristócratas y religiosos que no renunciaran a su fe y a su riquezas.

 

El país estaba “polarizado”, pero especialmente mostraba los síntomas de que estaba iniciando una nueva época. De nuevo, al igual que durante el fin del medioevo, el grabe problema no fue la “polarización” sino la forma en que se resolvieron los intereses de ambos mundos y se hizo la transición.

 

Más recientemente, en 1992, y menor en cifras generales de muertes violentas, Sudáfrica superó el apartheid, el cual restringía la participación política y el reconocimiento de derechos civiles a la población negra en un país que era dominado por una minoría blanca: 21% del total de la población.

 

Dos sectores de Sudáfrica estaban en franca lid y uno de ellos era el poseedor de los medios de producción, de la riqueza, de los medios de comunicación y del poder del estado. Al igual que en Colombia, lo que allí se estaba viviendo no era solo una transformación política, era el cambio de época de un país y con este un avance mismo de la humanidad. Después de varias décadas de protestas y presión ciudadana y a pesar de las cientos de muertes por la represión estatal, fueron las vías democráticas las que permitieron que se superara el apartheid y que el país reconociera plenos derechos a todos sus ciudadanos. Era evidente que el país estaba “polarizado”, estaba cambiando su vergonzoso y discriminatorio sistema democrático.

 

En Colombia está ocurriendo lo mismo que en otros países y momentos de la humanidad: no estamos frente a una polarización, estamos ante la posibilidad de un cambio en la historia del país y es evidente que hay muchos que se han beneficiado del estado actual, que han aumentado sus riquezas por cuenta de la guerra y sus víctimas, que han sido beneficiarios del despojo de otros, que han ganado elecciones con la ayuda de quienes delinquen. Muchos que, incluso, han cometido graves delitos “en nombre del bien” y que no están dispuestos a pagar por ellos.

 

También es afortunado este momento pues ha obligado a quienes están “del otro lado” a mostrar sus caras, a plantear sus discursos y justificaciones retardatarias y cómplices. Ya no están ocultos y agazapados en medio de la maraña de partidos políticos. Sabemos, con nombres propios, quienes son los que se oponen a que el país supere la guerra y las consecuencias que desataría en materia de justicia. Uribe, Ordoñez y los terratenientes, por ejemplo, de manera descarada se oponen a la restitución de tierras y a la justicia que podría tocar a los terratenientes, ganaderos y empresarios que financiaron el paramilitarismo y se beneficiaron de sus despojos.

 

Personalmente no me parece perjudicial esta llamada “polarización” y me siento afortunado de vivir este cambio de época con todos los riesgos que esto significa. Es la oportunidad para avanzar hacia un país que, por lo menos, esté en la media latinoamericana: sin guerras y con un estado centrado en los problemas sociales por resolver y no ahogado en sangre mientras los corruptos pescan en este “río revuelto”.

 

Lo importante para, mi querido lector, es que tengamos claro cuál de ambos lados representa nuestros intereses sociales y plantea el país en el que queremos vivir en el futuro. Lo importante y fundamental es que definamos de que lado estar para apoyarlo, de manera abierta y clara, a hacer el cambio de época que requiere Colombia, y no se preocupe porque estemos “polarizados”, es tan inevitable como necesario para que lleguen los cambios.

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