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¿Muerte al reggaetón?

El debate sobre la canción +57 ha sido encendido, y no sin razón. Nuestras sociedades avanzan hacia la sanción de la sexualización de la infancia y la adolescencia, especialmente en contextos de explotación y violencia, como ocurre en Medellín. Sin embargo, este propósito es relativamente reciente, ya que la adolescencia como periodo de vulnerabilidad y maduración fue reconocida recién a finales del siglo XIX. Antes, a los 15 años, las adolescentes no solo eran vistas como “mujeres bellas”, sino que debían buscar un matrimonio y asumir la maternidad; el cumpleaños era, de hecho, un ritual de paso a la adultez.

Esta transformación cultural, que es reciente, ha ganado aceptación en la opinión pública y camina hacia una regulación mayor a nivel legislativo. Pese a esto, los reggaetoneros más influyentes de Colombia obviaron este avance y cometieron el craso error de poner en la canción el verso de “mamacita desde los fourteen”. Desde ese punto de vista, el palo y la avalancha mediática fueron merecidos.

No obstante, como suele pasar con los debates que involucran este género musical, los señalamientos toman proporciones descomunales, hasta el punto de que se ha llegado a señalarlo como música de brutos, que corroe la sociedad y que, en consecuencia, debe ser exterminado. O, como vi en la historia de Instagram de la influyente @Vanessarosales, que decía: «muerte al reguetón».

Es cierto que el reggaetón es simple en sus sonidos, que las líricas son frases no muy elaboradas que se repiten continuamente, que la sexualidad, la fiesta y la ostentación son los temas predominantes del género. Ahora, ¿por qué esto debe ser visto como una precariedad o un problema? ¿Y por qué nos apresuramos a juzgarlo en lugar de analizarlo con la profundidad que requiere un fenómeno que, tras 30 años de existencia, sigue en expansión?

No es que la gente que disfruta del reggaetón sea “bruta”. En mi experiencia investigando el fenómeno del perreo, he encontrado que es una vivencia guiada por el saber del cuerpo y sus pasiones, no por la razón, que a menudo se considera equivocadamente la única inteligencia que representa “la cultura, el progreso y la humanidad”.

Y, por incómodo que a muchos les parezca, en los ámbitos donde se privilegia el cuerpo, las palabras pierden protagonismo para facilitar la atención sobre el movimiento y la interacción entre los cuerpos. Así, en los perreaderos más populares de Medellín, lo que más suena son canciones clásicas del género, en las que se repiten sin cesar expresiones como “gata fiera” y “perros salvajes”. Poco se escuchan temas que denuncian la desigualdad o la violencia, no porque no existan canciones así dentro del género, sino porque, al parecer, no sirven mucho para perrear; quizás escuchar la letra hace que el culo se desatienda.

En un tiempo donde constantemente buscamos perfeccionarnos y nos sentimos agotados e insuficientes, el perreo —con su ritmo simple y letras crudas y vulgares— permite a muchos salirse momentáneamente de un sistema que exige perfección, productividad y continua reflexividad. En un perreo popular (no en un “rooftop” donde se escucha reggaetón mientras se cena), la gente se entrega a mover su cuerpo, a conectarse con él, sintiéndolo vivo, deseante y erótico. Esta experiencia, que desde hace siglos se ha intentado estigmatizar y suprimir debido al racismo y el clasismo de las sociedades occidentales, que la han señalado de improductiva o amenazante, no deja de reclamarnos un lugar en nuestras vidas y sociedades.

Considero fundamental que la sociedad rechace sin ambigüedades la sexualización de menores en las letras de las canciones. Sin embargo, extender ese rechazo hasta exigir una transformación de la vulgaridad, la sexualidad y la simpleza de las líricas y sonidos del reggaetón es, en última instancia, eliminar el perreo. Esta experiencia nace y se sostiene en gran parte por esas particularidades del género, por lo que intentar despojarlo de ellas sería eliminar uno de los pocos espacios de nuestras sociedades donde rige el saber del cuerpo.

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Autora: Luisa Fernanda Espinal Ramírez @Doctoraperreo
Investigadora social del perreo en el marco de la tesis doctoral en humanidades