Lucas llegó a la casa un domingo en la tarde. Estábamos gran parte de la familia reunidos como frecuentemente lo hacíamos el fin de semana en la que era la casa de la abuela. Aún no se había servido el almuerzo cuando Lucas entró por la puerta de la pequeña sala que daba a la calle, saludando a todos los que allí estábamos con el entusiasmo de quien saludo a viejos amigos que llevamos tiempo sin ver. Primero se me acercó a mi, me saludó alegremente y luego a cada uno de los que allí estábamos, una vez terminó la ronda, se sentó en el suelo, justo en el centro de todos, con una especie de tranquilidad y alegría, se sentía como en casa.
Lucas se quedó con nosotros toda la tarde y aunque la puerta seguía abierta no volvió a salir, como esperábamos que lo fuera a hacer en cualquier momento. Más tarde, cuando casi todos se habían ido, le serví una coca con agua y le recogí algunas sobras del almuerzo que nosotros habíamos tenido. Fueron unas cuantas papas, arroz y hasta uno que otro pedazo de carne y cueros de nuestro típico sudado de gallina.
Creo que fue a finales del año 2004 cuando Lucas llegó ese domingo a nuestra casa. Era un perro labrador de color amarillo y de tamaño más bien grande. Tenía una larga cola y una actitud siempre tranquila y alegre. Recuerdo que la primera vez que lo llevé al veterinario él mismo se subió a la maleta del taxi. Para la época no era tan común que los taxistas permitieran viajar con perros. Sólo fue que el taxista abriera la maleta para que inmediatamente brincara y se acomodara en el piso. Cerramos la puerta y se quedó completamente tranquilo hasta que llegamos. El taxista estaba sorprendido de la inteligencia de Lucas y aunque yo también lo estaba, me mostré, además de agradecido, muy orgulloso de mi perro cuando le pagué la carrera.
Lucas sabía muy bien cuando podía salir conmigo y cuando no. Si veía que tomaba mi maleta entonces era la clara señal de que iba para el trabajo y entonces él se iba a para su esquina, con un poco de aburrición. (No sé si a ustedes también les ha pasado, pero a ninguno de los perros que he tenidos les gustan las despedidas, si ellos ven que no están en los planes del paseo, prefieren alejarse). Ahh! Pero si veía que cogía su correa, se ponía inmediatamente en pie y en frente mío listo para salir moviendo su cola.
Hasta aquí todo es un relato muy normal de lo que puede ser la relación de un perro adoptado (aunque no sabemos en este caso quien adoptó a quien), con su amigo humano. Lo que realmente siempre me ha sorprendido y aún no logro comprender con claridad es lo que les voy a contar a continuación.
Casi todos los que me conocen han notado que tengo una cicatriz en mi brazo izquierdo; esa cicatriz fue el resultado de la vieja y famosa historia del accidente con la vaca que se atravesó en plena autopista, una vez que venía en un viaje en moto desde Cocorná, Antioquia. Aún hay amigos que me preguntan ¿y qué sabes de la vaca?
Pues el accidente no fue tan anecdótico, sufrí de fractura de radio y cúbito y estuve un mes entero hospitalizado durante el proceso de preparación y recuperación de la cirugía de osteosíntesis que me practicaron.
Desde ese fin de semana me remitieron al Hospital General y al lunes siguiente, cuando ya estaba un poco mejor, le pregunté a mi mamá, durante la visita, por Lucas. Ella trató de esquivarme un poco el tema, pero mirando hacia un lado me dijo: “Mijo, no hemos vuelto a ver a Lucas desde el día del accidente. Pero no te preocupes, que él seguramente aparece”. Sentí una gran impotencia porque así, como estaba, no podía hacer mucho y mi mamá, básicamente estaba dedicada a acompañarme. ¿Cómo buscar a Lucas?
Los días seguían pasando y Lucas no aparecía. Esa era siempre una de mis primeras preguntas cada vez que mi mamá llegaba a la visita del medio día. ¿Ma, y Lucas? – Nada mijo….
Después de mi operación me dejaron hospitalizado dos semanas más y finalmente me enviaron a la casa. Fueron 30 largos días de encierro por completo y de andar en piyama todo el día. Cuando llegamos a la casa, eran aproximadamente las 2 de la tarde. Yo estaba un poco adolorido y me fui a recostarme al cuarto. A los pocos minutos mi mamá me llamó. Mijo, mijo venga…. Cuando yo llegué a la sala vi a Lucas tirado sobre el piso de la sala. Mi mamá, por alguna razón, había abierto la puerta de la casa y allí estaba Lucas esperando a que le abrieran, entró y se tiró al suelo. Algo así como si dijera: por fin llegué a casa.
Cuando salí a la sala él levantó la cabeza pero no tenía alientos suficientes para ponerse en pie, movía la cola y me lamía las manos, pero estaba notoriamente muy agotado, muy delgado y con las almohadillas de sus patas levantadas por caminar. Yo le traje agua pero no quiso tomar. Luego lo limpié un poco y le puse unas telas amarradas a sus paticas para que no se lastimara al caminar en la casa.
Lucas, había regresado a la casa el mismo día que yo lo había hecho, exactamente después de 30 días, pero no solo eso, se había ido o perdido desde el mismo día del accidente. ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Por qué había caminado tanto? ¿Por qué no había regresado antes?
Esa semana ambos estuvimos en recuperación, yo tal vez, más alegre que él, por tenerlo de vuelta y con un tremendo deseo de que me pudiera hablar para que me contara dónde había estado todo este tiempo, por qué sitios había caminado y como había sobrevivido.
Después de estar una nueva semana en la casa, fui a una cita de revisión y para la sorpresa de todos la herida de la cirugía se me había infectado. Tenía un tremendo hematoma y de manera inmediata me hospitalizaron de nuevo. Podría perder el brazo si la infección continuaba. Allí estuve de nuevo un mes más y como supondrán Lucas se volvió a ir en cualquier oportunidad que tuvo de salir de la casa. Pero a diferencia de la vez anterior, cuando yo regresé el no lo hizo. Yo, sin embargo, lo estuve esperando, no solo durante mi recuperación sino durante muchos años más. Siempre esperaba que un domingo volviera a la casa, como lo hizo la primera vez. Creo que aún lo espero, aunque sé que un perro no puede vivir más de 15 años.
Hoy todavía me pregunto dónde estuvo Lucas ese primer mes que estuve hospitalizado y a veces creo que lo más lógico es que estuviera precisamente conmigo en el hospital. Que si tal vez hubiera podido salir, lo hubiera encontrado a la entrada del Hospital General, esperando a que yo regresara con él a casa. También pienso que ese día que me dieron de alta él me vio, pero que no alcanzó a llegar hasta el auto que me recogió y por eso fue ese mismo día que volvió a casa. Por eso tenía sus patas lastimadas del asfalto y por eso estaba tan agotado cuando llegó a casa. También pienso que volvió conmigo cuando me dejaron allí por segunda vez pero que, en este caso, su energía y salud no le alcanzó para esperarme hasta el último día ni para seguirme de nuevo a casa.
Por todo esto que me ha pasado con Lucas, creo que si nosotros tenemos alma, ellos también la tienen y espero que si existe el cielo, esté allá también con Lucas, con mi familia y con todos los otros maravillosos peludos que me han acompañado a lo largo de la vida.