Search
Close this search box.

La estética del poder: dignidad y representación en los dignatarios

La dignidad se entiende como el valor intrínseco de cada ser humano, mientras que un dignatario es una persona investida de autoridad o alta representación, cuyo comportamiento y apariencia simbolizan los valores y aspiraciones de la sociedad que encarna.

El ejercicio del poder conlleva una carga simbólica. Los dignatarios no solo gobiernan, sino que comunican a través de su imagen, sus actos y sus palabras. Por ejemplo, Robert Kennedy en Estados Unidos proyectaba modernidad y cercanía, reflejando las aspiraciones de su época. En Europa, las monarquías contemporáneas, como las de Inglaterra y España, representan mediante su vestimenta, desplazamientos y actos oficiales una visión compartida sobre la identidad nacional.

Sin embargo, las naciones son diversas, y el desafío es construir una representación inclusiva. Esta no solo se refleja en actos políticos evidentes, como las políticas económicas, sino también en aspectos menos tangibles: la formación académica, los antecedentes éticos y la conducta personal de quienes ocupan cargos de poder. Un mandatario comunica no solo con palabras, sino también con probidad, mesura y claridad en la definición del rumbo de su nación.

En contraste, los discursos polarizantes, cargados de rabia y resentimiento, también son formas de comunicación que apelan a sectores frustrados de la población. Ejemplos como las elecciones de líderes como Donald Trump, Javier Milei o Nayib Bukele evidencian la aceptación de este tipo de narrativas en ciertos contextos.

En Colombia, los mensajes y actos del actual gobierno no han logrado convocar a públicos más amplios que su militancia alrededor de relatos comunes. Elementos simbólicos como el sombrero de Pizarro, la bandera del M-19, la designación de embajadores polémicos, la reiterada impuntualidad y los discursos divisivos han alejado a sectores moderados. Esto no solo pone en riesgo la continuidad de las fuerzas progresistas en el poder, sino que también afecta la eficacia gubernamental, perjudicando principalmente a los sectores más pobres y vulnerables.

Una buena parte de la realidad que viven las comunidades depende de su percepción. Por ejemplo, el miedo puede llevar a la ciudadanía a sobreutilizar los servicios de salud, estresando el sistema y deteriorando la calidad de la atención. De forma similar, la percepción de inseguridad, alimentada intencionalmente o no por algunos medios de comunicación, influye en la seguridad real al cambiar la actitud y el comportamiento de las personas frente a la delincuencia.

Más allá de las diferencias ideológicas, es fundamental priorizar el bienestar colectivo y construir consensos nacionales que trasciendan el sectarismo. Los líderes deben asumir su papel como timoneles de una nación diversa, guiándola hacia un futuro que no dependa del miedo, el rencor o las estrategias de manipulación digital, sino que nos convoque mediante la esperanza, la empatía y la solidaridad.

.

Por: Luis Miguel Úsuga Samudio

Ex secretario de Cultura de Medellín