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La democracia en las organizaciones sociales

Todo va muy bien en las entidades sociales, organizaciones de base y procesos de organización y movilización hasta que llegamos al momento de las elecciones de directivos, representantes, juntas, organismos sociales, entre otras. En ese momento pasamos a competir, nos fraccionamos, nos distanciamos, buscamos vencer, ganar, derrotar al otro y luego, si ganamos, desconocemos a la contra parte como algo natural y esperarse.

 

La lógica de estos sistemas de elección y representación basados en planchas, cociente electoral o listas nos empujan, están diseñados de manera sistemática para generar confrontación, disputa, para generar competencia. Los implementamos y consideramos como la más alta expresión de democracia, pero creo que hemos sobrevalorado esta figura.

 

Los actuales sistemas de elección y representación de las organizaciones sociales nos empujan, sin darnos cuenta, hacia disputas que hasta ese momento no había sido necesaria para construir el proyecto en el cual participamos y que, además de innecesarios son contrarios a la lógica del trabajo colaborativo, la suma de voluntades y la construcción colectiva que debe imperar y que garantiza la cohesión de un proyecto que represente a todos sus integrantes.

 

Todas las organizaciones sociales y muchos procesos no formalizados de organización social, adoptan de manera casi inmediata e inercial estos procesos para sus procesos electorales y para la elección de sus directivos. Prácticamente todas las organizaciones nuevas hacen un “copie y pegue” de estos mecanismos y se convierten en casi las únicas partes de sus estatutos y procedimientos que no se ponen en discusión en sus asambleas de constitución u ordinarias, pues se da por entendido que “así es como funciona la democracia”.

 

Este sistema y lógica electoral es en realidad una herencia, mal tomada, de esa vieja e histórica disputa por el poder entre los partidos políticos, de tal manera que se aseguraran, en caso de no obtener las mayorías, un pedazo de participación en los organismos de decisión del estado. Esto es lo que se ha llamado Sistemas de Representación Proporcional.  Pero ¿Por qué si hacemos parte de un mismo proceso organizativo y por lo tanto político y lo hemos construido conjuntamente desde el inicio, nos empeñamos en dividirnos en su parte final y en el momento de poner en marcha lo planeado, de orientarlo? ¿Qué sentido tiene separarnos por un sistema electoral cuando veníamos trabajando juntos y necesitamos seguirlo haciendo?

 

Por lo anterior considero que es equivocada nuestra interpretación de que “así es la democracia” cuando nos referimos a los procesos de elección donde ganan unos y pierden otros, que consecutivamente deben marginarse, pues no son “la mayoría”. Considero este ejercicio una pobre expresión de la democracia y que solo es un recurso último de ésta cuando no hay ninguna posibilidad de acuerdos, de trabajo conjunto, de principios, cuando no se comparten apuestas, sueños; y definitivamente este no es el caso de la gran mayoría de instituciones, organizaciones y procesos sociales, entre muchas otras expresiones de la sociedad civil que buscan sumar fuerzas por el cambio social.

 

Así que nuestra lógica y camino para seguir esta construcción desde los organismos y espacios de dirección que debemos constituir debe ser diferente, y para ello es necesario que nos detengamos un poco más para reconocer nuestra intención más profunda cuando decidimos sumarnos y aportar a estos procesos. Esta intención básicamente se puede entender como trabajar colectivamente por objetivos igualmente comunes. Si es así ¿Deberíamos, entonces, aplicar sistemas y lógicas electorales que por su naturaleza nos dividen y exigen la creación y formalización de “bandos”? Creo, definitivamente, que no.

 

Un ejemplo cercano

Quiero compartirles un pequeño ejemplo, que hago con todo respeto y todo mi afecto hacia una entidad que quiero, en la cual participo como asociado y con la cual comparto una apuesta por otra economía con miles de colombianos: Confiar Cooperativa Financiera.

 

En Confiar, por tener de cerca de 160.000 asociados, su asamblea se conforma mediante un proceso de elección de delegados quienes, una vez electos, conforman la Asamblea de la cooperativa en representación de todos los asociados. Para el último periodo fueron elegidos 119 delegados, una cantidad relativamente pequeña de personas, de las cuales conozco personalmente a muchas que admiro profundamente y en las cuales reconozco a sujetos políticos con una clara y verdadera apuesta por una economía al servicio de las personas.

 

De otro lado los organismos sociales que se eligen en la cooperativa, su Consejo de Administración, compuesto por siete personas; la Junta de Vigilancia, integrada por tres personas y la Junta Directiva de la Fundación Confiar, compuesta también por siete personas. En total son 17 directivos mas igual cantidad de suplentes, es decir 34 personas en total. Los periodos de elección de sus organismos directivos son de tres años. Es decir que si tuviéramos un mecanismo de representación, sin reelección y de relevos de por lo menos una vez al año, podríamos dar participación casi al 100% de los delegados actuales en los organismos de dirección, bien sea como suplentes o principales. La tarea pasaría entonces, en vez de campañas, a la formación de todos los delegados y a la construcción de objetivos de futuro que compartamos plenamente. Así podríamos proteger y fortalecer la cohesión de quienes participan de este fabuloso proyecto y al mismo tiempo retroalimentarla con sus experiencias y su trabajo. Sin duda sería también más liviana la tarea para quienes asumen estas responsabilidades. Un ejercicio como este va más allá que los mecanismos puramente electorales y podría ampliar claramente nuestro proceso democrático, es otra forma de la democracia, más acorde y coherente con un proyecto solidario y cooperativo.

 

 

 

Necesitamos un nuevo sistema y lógica democrática solidaria

¿Cómo entonces construir un sistema de elecciones, representación y participación que nos permita no solo seguir como unidad, sino consolidar nuestra cohesión, el trabajo colaborativo y la inclusión de la gran mayoría posible? Sin duda es una gran pregunta y un gran reto para nuestros procesos sociales y organizativos y mi objetivo no es dar una respuesta sino generar un debate frente a este fenómeno y aportar algunas ideas y elementos para su discusión.

 

Un primer aspecto para fortalecer la cohesión continua de los procesos sociales es la construcción colectiva y permanente del futuro que plantea o busca el proyecto en el cual participamos. Por ejemplo, en el caso de entidades que llevan ya varios años de constitución, más importante que elegir sus representantes, es discutir y definir el futuro para el próximo periodo, cuatrienios o quinquenios. La construcción de ese futuro y sueño debe ser el resultado del diálogo, discusión y acuerdos de quienes lo componen y por lo tanto los debe representar. No es por lo tanto procedente dejar en manos de una sola persona o un pequeño grupo una decisión tan fundamental y cohesionadora.

 

El definir un futuro claro, compartido y construido conjuntamente convierte a la representación en un facto, aunque importante, menos definitivo; le resta poder a las personas en si mismas y le da más relevancia a las apuestas. En ese sentido cualquiera puede representarnos si tiene claro que va a trabajar es por lo que un colectivo ha definido y no por sus propias ideas, por brillantes que parezcan.

 

Otro aspecto fundamental a considerar en la configuración de los escenarios de representación de las entidades es que estos deben ser por periodos cortos y evitar la reelección de sus integrantes. Esto con el objetivo de que, si no todos, una gran mayoría de los integrantes del proyecto asuman en algún momento también las responsabilidades de la representación y participación en los organismos de dirección, poder y control de la entidad o proyecto.

 

El aspecto anterior nos pone de manifiesto un gran reto: hacer escuela y preparar de manera intencional y sistémica a todos los que hacen parte de la entidad o proyecto social para que estén capacitados en el momento de asumir las más altas responsabilidades.

 

En un escenario como este en el cual está claro cual es la tarea que deben ejecutar quienes estén en los organismos de poder y toma de decisiones, con una alta alternancia de quienes allí participan y con una escuela que permita formar a todos sus integrantes para asumir también las más grandes responsabilidades, solo quedan algunas preguntas como quiénes inician en la representación, además de nuevos criterios de representación en equidad de género y de participación intergeneracional.

 

Un nuevo mecanismo y lógica de organización, elección y representación de nuestros procesos sociales podrá aprovechar lo mejor de cada uno y cada una de nosotros y no recriminarnos por los errores o dificultades que podamos tener, bajo la lógica de ganar elecciones. No se trata de evitar la discusión, pues seguirá siendo fundamental para la maduración y evolución misma del proyecto, se trata de discutir sobre las ideas, el futuro, los métodos y no sobre las personas. No se pondrá el énfasis en “crear bandos” para imponer las ideas de un sector sobre los demás con la ayuda de un sistema electoral, sino preguntarnos siempre sobre cómo fortalecer el trabajo conjunto, la participación, la cohesión y maduración del proyecto con el aporte de todas sus miradas.

 

La democracia, como la sociedad, no es un proceso finalizado, y por el contrario debe estar en constante evolución para que responda y esté cada vez más cerca del ideal que representa. Los sistemas electorales actuales están hechos para los opuestos, para posiciones irreconciliables, y lo que nos caracteriza y une a los movimientos sociales, a las organizaciones sociales y de base es que compartimos una apuesta política y en este compartir está nuestro principal capital y la posibilidad misma de que pueda cumplirse su objetivo. ¡Trabajemos sobre esa dirección!

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