Al ser humano le está dado el libre albedrío para que decida de qué manera quiere comportarse y cómo se quiere representar en la sociedad; cada quien toma de lo que le muestran en su casa, en su entorno escolar y en la calle, lo que considera oportuno o necesario para su vida. Muchos de los comportamientos que nos identifican se estructuran dependiendo de la región en la que vivamos, por las costumbres, los valores de los antepasados y por las condiciones culturales en las que crecemos.
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Los colombianos, y en especial los antioqueños, nos debatimos entre dos extremos morales de comportamiento que, lastimosamente, nos tienen dando tumbos cotidianos y que no parecen ayudarnos a mejorar como sociedad. Esta polarización se nos ha convertido en una excusa para excluir y señalar a quienes piensan diferente, para dañarles y hasta exterminarles.
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En medio de todo esto hay otro elemento que es mucho peor, porque limita y bloquea toda posibilidad de acción: pensar que todo “acto malo” está por fuera de nosotros mismos. Es decir, los corruptos son los demás, los ilegales son los demás, los malos son los demás. Y cuando las reflexiones no pasan por la propia conciencia, no hay manera de reconocer qué es lo que se necesita cambiar, porque el cambio y la responsabilidad de todo, esta por fuera de mí, no me compete.
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Cuando estoy frente de un semáforo, bien sea como peatón o como conductor, (de monopatín eléctrico, bicicleta, moto, carro) ahí me juego mi propia cuota de ética, si no puedo esperar treinta segundos con la excusa de que voy tarde y, por ello, tengo derecho a poner en riesgo mi vida y la de otros; entonces ya estoy cruzando la delgada línea de la transparencia, porque así como en el semáforo, la gente se comporta en la fila, en la convocatoria para el subsidio, en el pago de los impuestos, en muchos otros espacios.
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Cuando en la empresa o entidad en la que trabajo, me doy cuenta de actos que atentan contra las leyes, que afectan a otras personas, y decido no decir nada porque antepongo primero mi interés de preservar mi lugar o, peor aún, porque yo también me beneficio de aquella situación, entonces ya no sólo he cruzado la línea roja, sino que estoy emprendiendo el escabroso camino de la corrupción, dejando pasar una cuenta de cobro hechiza, aceptando el cargo para el que no se está preparado, inflando la cotización, todo esto justificado con la excusa de que » no se está participando directamente en el chanchullo».
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Los anteriores son dos ejemplos muy cotidianos o, tal vez, muy frecuentes. Si sumamos, no a un ser humano por ahí distraído de la realidad sino a decenas, cientos, miles de personas conscientes de que están haciendo parte de una mala conducta, pero desentendidos de su responsabilidad… entonces, ¿de qué sociedad estamos hablando? Estamos hablando de que en Colombia la corrupción ha llegado a niveles vergonzosos (Colombia obtuvo 39 puntos sobre 100 en el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) de 2022. Lo que indica que el país sigue enfrentando graves problemas en materia de corrupción.
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En el año 2018, más de 11 millones de colombianos votamos a favor de siete propuestas anticorrupción, que incluían recortar los salarios de los miembros del Congreso, endurecer las penas para los corruptos y prohibirles que volvieran a suscribir contratos con el Estado, entre otras. En contraposición a esta idea, en el año 2022, más de 10 millones de personas votaron por el señor Rodolfo Hernández, quien decía representar a la «Liga Anticorrupción», pero al mismo tiempo enfrentaba una investigación por celebración indebida de contratos. Entonces, ya no somos miles, sino millones de personas que tenemos ideas encontradas con respecto a la ética, somos las mismas personas que nos encontramos en la calle, nos pasamos el semáforo en rojo y nos vemos a punto de morir por las que se lo «roban».
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Traigamos esta cruda realidad a dos escenarios actuales: las reformas nacionales y las campañas electorales en las regiones. En este hay cambios que son urgentes, es una realidad que el sistema pensional, el de salud, la educación, la economía y la forma de hacer política están operando por fuera de las necesidades de las y los colombianos. Hablar de cambios es difícil y, sobre todo, cuando son estructurales; las mujeres tenemos experiencia en ello, todo hay que recontra argumentarlo, todo parece inviable porque nunca se ha hecho distinto. Y las reformas las definen las leyes, pero se concretan en las instituciones, en las regiones y, es ahí, donde están las personas que no diferencian entre pasarse un semáforo y prestarse para saquear los recursos públicos.
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Hoy nos vemos enfrentados a diario, a unos debates faltos de contenido, faltos de argumento, paralelos a la realidad cercana que todas y todos vivimos en la casa, en la universidad, en el trabajo, en la calle. Las redes sociales (sobre todo Twitter) son la realidad de unos pocos, que lastimosamente están condicionando las decisiones que inciden en la vida de muchos. Las reformas requieren mayor debate, socialización, comprensión ¡sí! No tenemos duda de ello, pero las reformas no cambiaran nada, si las personas que están en la cadena de ejecución no saben distinguir entre la línea delgada de la transparencia y el escabroso camino de la corrupción.
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Ahora, pasemos al escenario local. Las y los candidatos que hoy se empiezan a mostrar en el espectro virtual, generan mensajes para engañar al electorado. Muchos y muchas, ya conocen el entramado de lo público y tienen habilidad para expresar las ideas que la gente quiere escuchar, saben que en altos cargos obtendrán muchos beneficios particulares. Es muy doloroso, pero una gran cantidad de políticos, muy famosos y, hasta con buena aceptación por parte de la ciudadanía, no han tenido un interés por hacer política (ejercicio del poder para tomar decisiones en pro del bienestar colectivo) sino por enriquecerse.
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En estos momentos de campañas utilizarán su lugar de poder, en las redes sociales, apoyos en el sector público y privado, para atrapar la aprobación de esas mismas personas a quienes les da lo mismo, volarse un semáforo que decir mentiras en su hoja de vida o colarse en la lista de beneficiarios de un subsidio sin cumplir los requisitos, con una cultura ciudadanía y política así, no parece algo tan difícil.
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Hoy juegan un papel muy importante los partidos políticos, que dan los avales a las y los precandidatos, pero también las personas que firman las propuestas de los movimientos independientes, porque es desde allí que arranca la carrera por el poder. Medellín y los municipios de Antioquia, no pueden seguir perdiendo, por la corrupción de sus gobernantes, miles de millones de pesos del recurso público que deben ir a los proyectos para el bienestar de la gente.
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Así que les invitamos a reflexionar sobre nuestras propias maneras de actuar, sobre nuestra propia responsabilidad, de manera que, al esperar los 30 segundos en el semáforo, no le vayamos a firmar a cualquiera o no vayamos a tirarle el carro al manifestante que está a favor de las reformas, porque simplemente no estemos de acuerdo.
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Por: Isabel Giraldo.