Impresionante Jonathan Glazer y su capacidad de presentar la historia, tantas veces contada, de una manera tan particular: soberbia e incómoda. Tantos datos guarda el último largometraje del director, que no importa cuantas veces hayamos asomado nuestra mirada al Holocausto; aquí nos encontramos con otras razones válidas para no apartar la vista de la barbarie. Nombres como el del comandante Rudolf Hoss, o la integrante de la resistencia polaca Aleksandra Bystroń- Kołodziejczyk, son recibidos con curiosidad porque representan la psicopatía, por un lado, y la piedad por el otro. Hoy hablaré de La Zona de Interés, dirigida por Glazer, un judío británico que tiene tanto las agallas como la facultad moral para tocar este tema desde la perspectiva que le plazca, y que nos ofrece una óptica perturbadora que pone en evidencia la banalidad como una forma de vida.
Sacada de contexto, esta es una historia simplona, lenta y aburrida, pero me atrevo a asegurar que tiene toda la intención de serlo, porque son justamente los detalles los que le otorgan su fuerza narrativa. Difícilmente exista alguien que desconozca el exterminio nazi y la persecución judía durante la segunda guerra mundial; se ha contado desde el optimismo y el amor con La Vida es Bella, desde la inocencia en El Niño de la Pijama de Rayas, desde la supervivencia y la crueldad con El Pianista… Y así podríamos continuar, porque sobre la Segunda Guerra Mundial todo parecía haberse dicho. Pero Glazer ofrece un plano distinto: la inconsciencia como forma de vida, la ignorancia elegida. Y el espectador, que tantas veces ha llorado con una columna de humo, un golpe, un grito ahogado, esta vez no necesita ninguna explicación. Este relato aparentemente insípido de una familia rutinaria y básica, lo dota de sentido la historia ya conocida de lo que es la barbarie; una historia que se sugiere allá, a lo lejos, donde a los protagonistas no los toca.
Los Hoss son personajes autómatas. Sí, son una familia ordinaria que poco se cuestiona, de una cotidianidad solitaria y hasta aletargada. A excepción del comandante Hoss, todos en casa ocupan el tiempo sin mayores objetivos, y Hedwig, madre y esposa, cínica y trivial, no tiene mayor mérito que ser llamada la reina de Auschwitz. Aquí es la dualidad la que invita a reflexionar, porque la historia es plana y minimalista, pero ojo, que no carente de sentido. La estética visual, contrasta la belleza de lo cercano con un plano general que incluye una horrenda realidad que, aunque no se muestre, está presente por más que sus protagonistas cierren los ojos. El mensaje, aunque sutil, es efectivo, en cuanto confronta al espectador con un escenario artificial y negacionista, que resulta asfixiante frente al sufrimiento ajeno. En la cotidianidad del jardín de los Hoss poco sucede, más allá de la inevitable existencia y la vida que parece pasarles por delante.
Rudolf Hoss, en la historia real, fue un hombre de sangre fría. Incluso antes de enlistarse en las SS ya había pasado por la cárcel, tras haber asesinado a un docente activista sospechoso por traición. ¿Hasta dónde vale la pena ir para no ignorar la verdad? ¿Hasta dónde permitirnos conocer la historia sin que eso nos dañe? Y todavía más importante, ¿cómo tomar esta información desde la razón, sin desbordarnos emocionalmente o esperar mundos ideales e imposibles? Y por otro lado ¿Cómo hacer estas lecturas sin deshumanizarnos y perder la esperanza? La verdad es que no lo sé, pero creería que sin descuidar la ternura, nos vendría bien una dosis de realidad que nos permita reconocer que el desdén y el desamor han sido los cómplices de la exclusión. Accedamos a abrir los ojos con delicadeza, e integremos en el imaginario personajes como Hoss que, aunque nos moleste, también construyeron la historia. Y es que el comandante nazi ya había forjado a lo largo de su vida una serie de características que lo convertirían en una máquina de guerra para la causa nacional socialista, eso ya no lo vamos a cambiar, pero nuestra tarea debería ser observarlo en el pasado e identificarlo en el presente.
Si ya la han visto, que es muy probable, porque es reciente, tiene un Óscar y tuvo una gran acogida el año pasado, recordarán a Linna Hensel, madre de Hedwig y suegra de Hoss. Ella piensa, se detiene, se cuestiona, y de pronto… Abandona. Decide no participar, a pesar de que eso signifique dejar de apoyar a su hija. Parece simple, pero en la vida real callamos frecuentemente por indultar a los nuestros; no queremos fallar a nuestras tribus, no nos atrevemos a confrontar a quienes amamos. En definitiva, el gesto de Hensel es una posición poderosa y contundente que demuestra un carácter justo, y puede ser una invitación a construir el propio criterio, a no masificarnos ni obedecer indiscriminadamente. Tanto si la han visto la película, como si desean verla, no dejen pasar la actuación de Imogen Kogge, quien interpreta a Linna Hessel, porque en su sutil rebelión se gesta el principio de una sociedad justa.
Por último, un personaje que parece desprevenido: Aleksandra Bystroń-Kołodziejczyk, una pequeña que deja manzanas en el campo durante la noche. Una niña a la que, si acaso, le conocimos el rostro. No es el papel principal, ni siquiera importante en la narrativa propuesta, y sin embargo es trascendental. La verdadera compensación de toda la trama, la que instala la duda y lo lleva a uno a Google después de los créditos. Y sí, es lo que uno sospecha, esa mujer verdaderamente existió, porque por más crueldad que haya, la piedad no muere, el deseo de libertad y la compasión habitan aún en los escenarios más oscuros.
Con esto me respondo una pregunta que antes me hice: ¿cómo abrir los ojos sin deshumanizarme? Creo que sería buscando la verdad sin olvidar que el otro finalmente no dista tanto de mí; abrazando al otro quizá como uno de los míos, como si fuera mi tribu, porque su llanto, de verdad, ¿cómo puede ser distinto al de los míos? Sé que esto resulta más fácil decirlo que hacerlo, estamos acostumbrados a una narrativa de buenos y malos, pero yo quiero intentar al menos cuestionarme cómo es que le hago hoy para no segregar. Me quedo con esto y con las ganas de leer la historia original de Martin Amis que lleva el mismo nombre (La Zona de Interés), y la autobiografía de Rudolf Hoss escrita en prisión antes de ser ejecutado en la horca.





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Autora: Diana María Pérez
Artista y comunicadora con experiencia en el área social, el arte y la docencia. Apasionada por el cine, la narrativa, la expresión creativa.
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