Hace algunos años, un amigo compartió una historia que ejemplifica cómo el arte urbano y la autoridad pueden colisionar de manera inquietante: “En Envigado no hay graffitis porque ciertos grupos oscuros sometían físicamente a los jóvenes que sorprendían pintando paredes, llegando incluso a aplicarles pintura en los ojos con sus propios aerosoles”. Esta anécdota refleja las tensiones que han enfrentado los jóvenes del Valle de Aburrá por expresarse a través del graffiti, lo que lleva a una pregunta crucial: ¿por qué Medellín, una ciudad que antes abrazó el arte como motor de transformación social, parece estar retrocediendo?
El graffiti, pilar de la cultura Hip-Hop, nació en las calles de Estados Unidos, con Nueva York como epicentro hace más de 30 años. Desde entonces, esta expresión artística se expandió por el mundo, inicialmente vinculada al “gangsta”, una subcultura que glorificaba la criminalidad urbana. En Medellín, esta asociación inicial dio paso a un proceso de resignificación, transformando el graffiti en una herramienta para el diálogo, la denuncia y la representación social.
Por más de dos décadas, Medellín abrió espacios donde los jóvenes pudieron plasmar sus inquietudes, reclamos y visiones del mundo a través del arte urbano, la música y la danza. Esto permitió que tanto los artistas como la ciudadanía reconocieran el valor del graffiti como un puente entre comunidades y una ventana hacia las problemáticas sociales que afectan a los jóvenes.
El graffiti, como otras manifestaciones culturales —la salsa, la trova, incluso la música clásica—, ha sido históricamente un lenguaje universal para expresar identidades, resistencias y memorias. Desde los frescos de Pompeya hasta los cantos gregorianos, el arte ha narrado historias al margen del poder oficial. En Medellín, el graffiti ha permitido visibilizar las vivencias de quienes padecieron las violencias de las últimas décadas, funcionando como un vehículo para la memoria colectiva.
Sin embargo, en los últimos meses, decisiones preocupantes han puesto en riesgo estos avances. La eliminación de murales y graffitis previamente legitimados por acuerdos municipales representa un retroceso. Ejemplos como el Graffitour de la comuna 13 demuestran el impacto positivo del arte urbano. Estos murales no solo relatan la violencia que marcó a la zona en los años 80, 90 y principios del siglo XXI, sino que también brindan un espacio para que las víctimas encuentren reconocimiento y para que sus historias sean escuchadas.
El problema radica en que algunas autoridades han asumido el poder de decidir qué expresiones artísticas merecen existir y cuáles no. Esto deslegitima el graffiti como una herramienta de protesta y memoria. ¿Por qué se preservan los murales que generan turismo e ingresos mientras se eliminan aquellos que cuestionan las narrativas oficiales? Estas decisiones reflejan una visión politizada y parcial que contradice el deber del Estado de garantizar la pluralidad y el respeto por todas las expresiones culturales.
Es inadmisible que estas tensiones se utilicen con fines electorales. Resulta contradictorio que el exalcalde Daniel Quintero se apropie de estas banderas mientras se alinea con Luis Pérez, quien reivindica la operación Orión, un capítulo oscuro de nuestra historia. De igual forma, sectores de la derecha intentan borrar estos relatos por intereses electorales. Estas posturas polarizan y debilitan los logros alcanzados por Medellín en inclusión y convivencia.
El arte urbano de Medellín ha sido reconocido mundialmente por su capacidad para transformar el dolor en esperanza. La pluralidad, el respeto y la inclusión son los pilares sobre los que esta ciudad ha construido una nueva identidad, dejando atrás las sombras de los años 90. Las autoridades deben entender que borrar graffitis no es simplemente eliminar pintura de una pared; es silenciar voces, borrar memorias y frenar un proceso de reconciliación que tanto nos ha costado.
Preocupa profundamente que el gobierno y ciertos sectores ignoren la historia, olvidando que Medellín ya transitó por caminos de exclusión que dejaron las dolorosas secuelas de los años 90. La democracia se fortalece sobre pilares como la pluralidad, el respeto y la inclusión. Nuestras autoridades y líderes deben comprender que estos valores han sido clave para posicionar a Medellín como una ciudad de vanguardia en América Latina. No solo han impulsado la convivencia y la dimensión humana, sino que también han sido fundamentales para el desarrollo económico de la región.





Este fue el mural realizado por colectivos de grafiti de Medellín que borró en menos de tres días la Alcaldía de Medellín.
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Por: Luis Miguel Úsuga Samudio
Ex secretario de Cultura de Medellín