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Desmontar la soberbia, comprender a Paolo Sorrentino en La Grande Belleza

Seré honesta: soy producto del cine americano. El que mastica la temática, el que no es precisamente profundo, el que te ofrece una serie de sucesos entrelazados que al final terminan siendo un círculo conectado por eventos que se presentan como pistas. Busco, sin embargo, la belleza, y estoy empeñada en dar con la verdad, aunque sea tan esquiva. La vida creo que me ha premiado con personas que bien saben acomodarme verdades incómodas, o he sido yo, tal vez, la que he identificado aquellos personajes que con razón me piden ser transparente. La Grande Belleza (2013), de Paolo Sorrentino, es como un regalo inmenso de un amigo con el que disfruto muchísimo hablar de cine, y que me llega a manera de sugerencia para expresarme sin velos.

Hablar con la verdad es inclinarnos por la justicia y, para ser justa, debo reconocer que esta película me ofrece muchos más estímulos de los que soy capaz de digerir en una sola semana. De entrada, lo evidente: el placer visual que es ver esta historia, la fotografía, la Roma contemporánea y el impulso de comprar un tiquete con el ánimo de estar allí sentada en mis próximas vacaciones, entre bohemia, arte y placer. El diseño sonoro, que no es un asunto menor en la narrativa, se presenta a veces estridente, otras tantas más sutil, pero siempre oportuno y bien transitado. Y para no dejarlo pasar, los diálogos, bien profundos, para volver a ellos cuantas veces sea necesario. Hoy, después de verla tres veces en menos de ocho días, me dije: ¡Ya! Empezá con lo que te quedó.

Jep Gambardella es periodista y escritor, ya en sus 60, pero no es nadie, se lo recuerda Francesca, una niña que no alcanza los 10 años. Y es que es tan intensa esta historia, que en dos horas terminás pensándolo todo: la identidad, la vida, la muerte, la presencia, las máscaras, la otredad, el arte (y lo miserable que es el arte), la compasión y la nostalgia, emoción que no agarro muy bien todavía. Si dijera que la historia se trata de Jep, me estaría equivocando, sin embargo, es él el pivote de una serie de sucesos que ilustran el vacío que supone la vida de un periodista exitoso, entregado a la comodidad de una realidad ya conocida. Gambardella es la excusa, como si fuera el tornillo central de una rueda de la fortuna, que sucede por azar o por destino y que nos empuja a la verdad.

Desmontar la soberbia es la invitación personal que recibo de esta película. Me llama poderosamente la atención la forma en la que Sorrentino presenta tantos contrastes: una sociedad esnobista, pretenciosa, pero vacía y ridícula, que busca desesperadamente escapar del presente cual eternos adolescentes. Y todavía así, uno los entiende, no los quiere juzgar, porque sabe que, en el fondo, esa verdad también lo atraviesa a uno. Me desarmó ese personaje; Gambardella, tras una magistral lista de verdades, aconseja crudamente a su colega: “En lugar de hacerte la moralista y de mirarnos con desprecio, deberíamos mirarnos con afecto”. Jep me hablaba, vi mi soberbia y vi también cómo ha ido muriendo la vida para nacer de nuevo. Pero cuanta contradicción, de pronto lo veo sensato, cuando no he hecho más que ver en él a un canalla desalmado incapaz de empatizar con una artista que sufre. Sí, esa es La Grande belleza, contraste y contradicción.

Uno queda un poco desencajado, pero bacano, a ver qué se hace con eso que uno cree ser, para construirse mientras escucha a otros. Porque no voy a mentir, hay momentos que te descolocan, la narrativa salta de la tragedia al festejo de forma disruptiva e incómoda… Pensás, es que tenés que pensar. Esas escenas visualmente encantadoras, que desde su composición parecen tan sofisticadas, te atrapan para después botarte y sacudirte hacia la decadencia. Y por si algún motivo se te cruza la idea de escapar, cerrar los ojos, evitar… su ambientación sonora te va a devolver, porque está pensada para eso, para reflejar y potenciar la personalidad sofisticada y al mismo tiempo inconsciente del protagonista, pero también su naturaleza introspectiva y melancólica. Esta historia es bien particular en ese sentido, porque lo asumís y la consumís aceptando todo y sus miserias, o la dejás ser para otros. Esta película no se ve a medias.

Me quedo con una frase final: “Sabés por qué como solo raíces? – Porque las raíces son importantes”. Yo quise tomarme con cuidado los diálogos, porque quería saber a dónde llevaba todo esto. Incluso intenté captar con atención tantos silencios significativos, rastreando con cuidado las escenas y la música contemplativa. Claro, lo dije al principio, veo cine como si todo se tratara de un guion que responde a estructuras ya conocidas: situación inicial, puntos de giro, detonantes, situación final… Y no, esta película no es el viaje que yo forzaba encontrar. Pero con todo y mi incomprensión, es un viaje poderosísimo, distinto, que me hace pensar diferente. Jep es un man muy humano, la película es sobre la vida misma, y yo que me obsesiono con ver películas una y otra vez, me veré en unos años buscando pistas en La Grande Belleza.

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Autora: Diana María Pérez

Artista y comunicadora con experiencia en el área social, el arte y la docencia. Apasionada por el cine, la narrativa, la expresión creativa.
LinkedIn: www.linkedin.com/in/dianape/
IG: @dmariape

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