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UN PROCESO, NO UN PASO

Nelson Enrique Restrepo Ramírez

 

Son las diez de la noche y tomamos vino mirando las estrellas de una noche rural. Le he pedido, a quien me acompaña, que me responda tres preguntas que podrían ser más: el antes, el durante y el después, de su experiencia durante la guerra, lo mejor y lo más duro en cada caso.

 

Uno: Felipe

No se puede explicar esto en fases, la vida no es así: primero uno, luego dos y tres, porque las circunstancias y los hechos se cruzan. En los años setentas vivía en Bello. En el país se daba a conocer el M-19, en Centro América sucedía la revolución Sandinista y en los barrios de la ciudad la izquierda vinculaba a jóvenes en sus procesos revolucionarios. Yo hacía parte de estos colectivos en el barrio y desde entonces noté mi interés por lo militar. Ingresé a la Universidad Nacional a Arquitectura a inicios de los años ochenta. Me leí El Capital de Marx, todos sus tomos, en un año, nunca leí tanto. Me gustaba más la revolución que se preparaba desde el barrio, porque exigía compromiso y hechos concretos, en la universidad los llamados revolucionarios no pasaban de echar discursos y me di cuente que por ahí no era.

 

A mediados de los ochenta se juntaron varias circunstancias: para entonces perdía por tercera vez el curso de diseño en la universidad y me sentía agobiado por el crédito con el ICETEX.  Estábamos en manifestaciones del paro cívico del 86, en junio o agosto. Nos detuvieron a varios y nos llevaron a la 4ª Brigada, encapuchados nos torturaron horas y horas, nos torturaron con electricidad, violaban a las chicas; se escuchaba los gritos de los compañeros. Sentirme en las garras del régimen y humillado, el ambiente de revolución, el agobio con el crédito, lo que nos hicieron en los militares, me ayudaron a tomar la decisión de irme “pa´ la costa”, eso le dije a mamá.

 

Dos: León  

La operación en Saiza me marcó. Aunque el EPL y las FARC estábamos en conflicto por esos días (ellos nos mataron gente y nosotros a ellos), nos pusimos de acuerdo en una operación. Consistió en asaltar a Saiza, que era lo que en esos tiempos se llamada una aldea estratégica. Atacamos una unidad militar que estaba en una zona rural, a la estación de policía de Saiza y a un grupo paramilitar que compartía con ellos. Se trataba de golpear a los tres. Para nosotros la operación duró tres días. Al final perdimos creo que a 19 hombres, tuvimos más de 20 heridos e hicimos prisioneros a más de 30 policías y militares, dimos de baja a varios paramilitares. Con otros datos Semana lo registró como un verdadero infierno sólo comparable con la toma del Palacio de Justicia. http://www.semana.com/especiales/articulo/38-muertos/10744-3

 

Empezó a las 4 de la mañana con el ataque al ejército que se rindió a las 5 pm. Calló primero, y murieron 6 combatientes. En el lugar donde murieron hicimos un acto: se reunió tropas de Farc y EPL, los comisarios dimos unas palabras en nombre de los combatientes caídos y en ese sitio los enterramos. Luego los mejores se fueron a reforzar el ataque a la policía, que se rindió  al otro día a las 10 a.m.

 

El ajusticiamiento de Bertha. Llegan tantas cosas a la mente… lo de Bertha; hacía por lo menos 20 años que no me acordaba de eso. Empieza una cascada de recuerdos, un mes en la guerrilla es como un año en la civil, los recuerdos traen otros. Ella había dado nombres de los comandantes. Se despidió de mí diciéndome: “vos porque me estás mirando así”?, y yo ocultando lo que sabía que iba a pasar, la disyuntiva ante la decisión colectiva y el afecto por las personas.  Pero si no morían, podrían morir otros o uno mismo. Ajusticiar al infiltrado porque uno ha jurado estar ahí, porque  colaborar con el enemigo da muerte. Me acuerdo del ajusticiamiento de Pipón. De la masacre de Tacueyó, donde la guerrilla ajustició a 164 de sus integrantes. https://www.semana.com/portada/articulo/yo-sobrevivi-masacre-tacueyo/76546-3

En el monte conocí a Sandra que tenía una niña y nos emparejamos. Yo me desempeñaba como comisario político del frente y no estaba de acuerdo con la negociación que el EPL adelantaba con el gobierno en 1990. En una reunión de comisarios políticos que realizábamos en Bogotá, la mayoría no estábamos de acuerdo con el proceso, fuimos capturados porque la cúpula del EPL, que estaba negociando, nos delató y nos entregó a las autoridades. Pagué 13 meses y 20 días de cárcel. Mientras estábamos en la cárcel el proceso de negociación culminó y fuimos amnistiados.

 

Tres: el Gordo

El mismo día que salí de la cárcel rompí las relaciones con el EPL; por un lado me sentía decepcionado e incapaz de mantener relación con quienes nos traicionaron y por el otro, no compartía la decisión de quienes se estaban vinculando a los paramilitares en el Urabá y Córdoba. Me dediqué a la niña y a Sandra.

 

Nos dieron dos millones de pesos a cada uno. Con mi compañero más cercano compramos un taxi y en el transcurso retomé mis estudios en la Universidad Nacional ahora como arquitecto constructor.  Hice otro crédito con el ICETEX. Integré una cooperativa de taxistas que no duró más de seis meses. Los conflictos de la vida cotidiana destrozaron las iniciativas, terminamos peleando. Mientras que en el monte nos cuidábamos, en asamblea resolvíamos los problemas y teníamos un espíritu de cuerpo, en la desmovilización nos destrozamos con los conflictos más elementales. En la guerra nos queríamos más.

 

En 1998 me gradué en la Universidad. Ese día me sentí otra vez reincorporado. La educación formal, y no  cursitos, es lo que ayuda realmente a la reintegración. Estar a cargo de la construcción de un edificio en 2008, como profesional, sin ser subordinado sino director general, ha sido el otro momento importante de mi vida y el más reciente.  Desde siempre decidí no pagarle al ICETEX porque ese crédito debe ser el principal apoyo del Estado a una persona que, como yo, dejó la guerra.  Han pasado veinte años y todavía me llaman.

 

*Los nombres han sido cambiados

 

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