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Medellín, no te dejes embobar

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Extraña ciudad, amar a Medellín es vivir de las paradojas, es estar preparado para lo increíble, igual pasar,  de lo bello al horror, de la opulencia a la miseria, de la admirable solidaridad al mezquino egoísmo, de la ancestral humildad a la arrogante vanidad.

 

Una ciudad que parece no aprender de su pasado, de esa historia de dolorosa violencia que nos tuvo a punto de hacernos perecer como sociedad, y que solo, la tenacidad de los humildes y la comprensión de la responsabilidad histórica que todos teníamos nos permitió juntarnos, mirarnos a los ojos, hablar de los problemas, proponer soluciones y encontrar el otro lado del charco, el lugar donde la vida era posible y el desarrollo tenía como centro el ciudadano y no el desarrollo económico de la ciudad, como había sido hasta esas décadas tenebrosas.

 

Pero como en las viejas fábulas, se nos olvida la historia, y nos va venciendo la arrogancia, los líderes políticos  se creen salvadores, la fama  va haciendo creer que la construcción colectiva ya no es necesaria, y que la ciudad les  pertenece a unos pocos, que todo lo deciden, y a quienes los demás solo debemos agradecer.

 

Y entender la complejidad de los problemas, fórmula exitosa que nos permitió avanzar en su solución es ahora sustituida por lo simple; ya al gobernante no le parece importante revisar a fondo nuestras dificultades y construir en colectivo el horizonte, sino que prefiere utilizar el discurso pegajoso, para recibir el aplauso de los ciudadanos, que cansados de años de inútiles promesas, piensan que por fin llegó el redentor de su futuro.

 

Entonces el conflicto criminal de la ciudad es reducido a perseguir “fleteros”, o a decir,  que a los pillos se les acabó  su zona de confort porqué ahora sí llegó quien los combata; cuando los que conocen a fondo esta ciudad saben que Medellín es hoy un centro internacional del crimen y nuestros pillos locales son una especie de “Chompiras”, sin ningún poder real.

 

Y el complejo problema de la deserción escolar es atendida buscando bajo de las piedras a niños que están por fuera del sistema educativo,  cuando los estudios revelan lo multicausal de este fenómeno y lo necesario que es atender en una integralidad a nuestros niños con programas que combatan su dolorosa pobreza, la exclusión, las múltiples violencias y sobre todo, hagan de la escuela un espacio amoroso y conciliador con su proyecto de vida.

 

Y a una ciudad que construyó un destino con hermosos procesos de planeación local cuando eso no tenía nombre en la institucionalidad, se le invita a aprobar un proyecto de acuerdo en el que  se eliminan esos espacios informales que construyeron territorio y permitieron visibilizar nuevos actores; y a partir de evaluaciones simplistas de Presupuesto Participativo se le quiere reducir su espectro comunitario para complacer los apetitos de una centralidad que agota lo que nace con fuerza en las comunidades.

 

Y así sucesivamente, ante cada dificultad obtenemos una respuesta banal, la falta de rumbo en lo social es combatido con frases taquilleras, los contradictores van siendo señalados como enemigos de la ciudad y los que puedan aportan con conocimiento y experiencia son reemplazados por el síndrome de los partidarios.

 

Llegué a Medellín cuando éramos un pueblo grande, y desde muchas experiencias sociales y políticas tuve oportunidad de palpar esta ciudad de amores y odios. Sé lo que ha significado construir lo que hemos logrado, el enorme esfuerzo colectivo que esto representa, y solo quiero que seamos capaces de reivindicar la inteligencia y la participación para construir esos  nuevos lugares que hagan posible ese sueño imperfecto de una ciudad para todos.

 

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