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Los fracasos de la seguridad no nos permiten ver nuestro maravilloso futuro

 

Medellín es un caso internacional de éxito por un novedoso guion que se desarrolló en los años ochenta, en el que se logró la participación de todos los actores de la ciudad, en la búsqueda de caminos que ayudaran a sobrevivir a la tragedia que produjo la mafia.

 

La Consejería Presidencial para Medellín y el Valle de Aburrá se constituyó en una herramienta que detonó múltiples procesos, en los que la academia, las organizaciones sociales, la administración municipal, y, sobre todo, los empresarios paisas, con su empuje y compromiso social, confluyeron en un propósito sencillo y enorme: mejorar las condiciones de vida y las oportunidades para todas las personas del territorio.

 

¿Cómo enfrentar los cambios de una ciudad que evolucionó?

 

Es evidente que los problemas cambiaron y que, por ende, las soluciones también deben evolucionar; pero no se puede borrar todo de un plumazo. La estrategia que nos convirtió en un reconocido caso de éxito en el exterior no se puede desactivar.

 

Hoy no vemos construcciones conjuntas. Lo que vemos es la imagen de un mandatario, no de la institucionalidad. Esto es legítimo, es su responsabilidad; pero no puede derivar en una pugna por los reconocimientos: los indicadores de gestión no son compatibles con los de popularidad.

 

Hace 3 años, los ciudadanos de Medellín eligieron a un alcalde que logró vendernos la imagen de ciudad en peligro y la necesidad de que se implementara un guion más proactivo, más armado, más castigador, más coercitivo, es decir, más “fuerte”; menos dialogante, menos consensuado, vale decir: menos blando.

 

El discurso repetido por el candidato decía que la seguridad no es un asunto de derecha ni de izquierda, con lo que quería significar que no se podían enmarcar sus propuestas de gestión de la seguridad en el terreno de la polarización política Uribe-Santos que el país vivía. La ciudad aceptó este marco como el cimiento de la promesa de una Medellín más segura, y, hasta la fecha, los resultados han demostrado el fracaso del planteamiento del alcalde Gutiérrez que, efectivamente, se enmarcó en un contexto de “mano firme”.

 

Verdaderos resultados

 

Se debe reconocer que la primera autoridad del municipio ha trabajado mucho en este sentido, y lo ha comunicado a través de los medios y las redes. Ha logrado imprimir en la mente de la mayoría de los ciudadanos la sensación de fortaleza y de trabajo, de “señor con pantalones”. Eso es importante e imprescindible: “que la percepción de seguridad mejore”. Sin embargo, lo que realmente se ha logrado es que los noticieros locales se parezcan más a una serie de Netflix que al escenario requerido por la ciudad.

 

Según el SICS, Sistema de Información para la Seguridad y Convivencia, de la Alcaldía de Medellín, la tasa de homicidios se ha incrementado en la ciudad en un 14% en el último año; además, entre 2015 y 2018 se duplicó el hurto a personas, hasta alcanzar los 779.31 casos por cada 100.000 habitantes.

 

Volvió el Ejército a los barrios, como en los años ochenta. Es un guion viejo. Las Fuerzas Armadas deben ser celebradas, respetadas y reconocidas: velan por nuestra seguridad, por nuestra integridad y por nuestros bienes. Pero es evidente que el Ejército debe cuidar nuestras fronteras, y que queda en una situación incómoda en los barrios; esos territorios no son compatibles con su armamento ni con su entrenamiento.  En una urgencia como la actual, el Alcalde debe utilizar todas las herramientas que tenga a su alcance, pero esta estrategia no puede ser usada de manera permanente.  Y debe mostrar un guion claro, en el que todas las fuerzas públicas y privadas, acompañadas de la ciudadanía, sepan qué rol deben desempeñar.

 

El símbolo de la actual administración es un helicóptero rondando en la noche, persiguiendo a los ladrones (presumimos); esto produce más la sensación de que la delincuencia está a la vuelta de la esquina, y no el propósito de la autoridad, que es el de protegernos. Lo que hace es bulla, intimida.  Es evidente que la ciudadanía esperaba que se actuara, que se mostrara una figura que nos defendiera, pero el actor que se personificó se parece más a un sheriff o al Chapulín Colorado que a la garantía de seguridad, desarrollo y empleo que reclama Medellín.

 

¿Qué hacer, entonces?

 

Ante esto tenemos que retomar el camino, reconociendo algo que perdimos: a la gente hay que escucharla.

 

Convoquemos a las mismas fuerzas que nos hicieron pasar del miedo a la esperanza: la academia, los medios de comunicación, las organizaciones sociales y el empresariado.  Escuchémosles y construyamos con ellas y ellos la nueva hoja de ruta que nos permita sentirnos orgullosos de nuevo.

 

En otras partes del país nos critican porque decimos que Medellín es la mejor ciudad; demostrémosles que tenemos la razón, pero con hechos, con argumentos.

 

Fico tuvo razón en su planteamiento: la inseguridad no es de izquierda ni de derecha. Lo sabemos. Lo estamos padeciendo los habitantes de Medellín.

 

 

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