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LOS ESPACIOS VERDES Y LOS PAISAJES DE LA MISERIA EN LAS CIUDADES DE LA ZONA ANDINA DE AMERICA LATINA

Por: Jorge Suaza Barrera

 

Al abordar el tema de los espacios verdes en América Latina, es imprescindible tener en cuenta que la configuración espacial de las ciudades responde simultáneamente a la influencia de un contexto natural, transformado por la acción humana, por el impacto de la urbanización y por las tradiciones de las personas que en ellas habitan. Los individuos y grupos sociales construyen la ciudad a partir de sus valoraciones del espacio y preferencias estéticas, sus deseos y limitaciones, sus intereses y conocimientos, haciendo valer su capacidad de apropiarse de los mejores espacios del territorio para conformar urbes segregadas en las que la ausencia de espacios verdes es un síntoma de marginalidad, exclusión y pobreza.

 

De acuerdo con Vélez , dentro de nuestras ciudades, existen diversas formas de consumo, densidades poblacionales y funciones que determinan las necesidades y carencias de equipamiento y servicios tanto en el suelo urbano actual como en las áreas de expansión. La construcción de las ciudades y los procesos de urbanización se han hecho en todas las latitudes del mundo occidental a costa de las zonas verdes naturales, como afirman Livinton et al., citados por Vélez (2.007) .

 

Nuestras ciudades adoptaron un modelo de crecimiento en el que el espacio público verde, además de ser ignorado, ha sido considerado como peligroso para su integración al mundo moderno. Así, Melo en 1.997 , para el caso de Medellín, señalaba que desde los primeros años del siglo XX, los planificadores de la ciudad habían considerado la provisión de áreas verdes en el perímetro urbano como un injustificable derroche de tierra cara: “Quienes quieran disfrutar de la naturaleza, que compren finca” planteaban entonces. Consideraban la naturaleza como campo laborable, por cuanto la selva o la naturaleza primitiva eran peligrosas e insalubres y se tenían que domeñar y tumbar. Evocaba Melo que, en esos tiempos, “las calles y la plaza mayor de Medellín eran sin árboles, y si la ciudad tenía árboles, era porque muchas casas en el marco urbano eran prácticamente una finca o tenían árboles en el solar” .

 

Nos recuerda también que José María Gómez Ángel, cura de la Candelaria, decía en su discurso de celebración de los 200 años de la ciudad, en 1875: “Celebráis vosotros compatriotas, el adelantamiento de esta ciudad que contemplamos hoy saliendo de las primitivas selvas, con sus mefíticos guaduales y selvales.”

 

Breuste (2004), citado por Vélez (2007) , interpreta esa baja aceptación social de la naturaleza en las ciudades no sólo en términos de carencia de información, sino también como resultado de valores culturales nacidos con la utilización agrícola de la tierra para la subsistencia, con la idea de que el cultivo mejora el medio natural y que la misma naturaleza conlleva riesgos asociados a la inseguridad ciudadana y a la presencia de animales salvajes.

 

De acuerdo con Melo, el imperio del cemento y del ladrillo se ha utilizado tradicionalmente como motivo del orgullo local. Así, en 1966, el libro conmemorativo de la ciudad de Medellín afirmaba orgullosamente que “la iglesia metropolitana, el edificio más grande de la ciudad en estructura de adobe cocido, es la más grande del mundo” .

 

Según Vélez (2.007) , con el proceso urbanizador, “el paisaje de la ciudad tiende a ser cada vez más continuo, más construido, más llenado, como una gran matriz de concreto, de ladrillo y de pequeños fragmentos y corredores verdes dispersos e inconexos”. Con este modelo de construcción de la ciudades, la biota original de los ecosistemas se altera en su totalidad, dejando un gran tejido de construcciones civiles y espacios públicos en el que las zonas duras son las protagonistas; quedan pocas áreas verdes, dispersas en el territorio, de poca importancia para los urbanizadores que no encuentran interés en vincularlas al sistema de espacio público.

 

En este contexto, la posibilidad del disfrute de los fragmentos verdes que los procesos de urbanización dejan en las ciudades como áreas residuales, no es igual para todos los habitantes, pues está determinada por el poder económico de los pobladores, el mismo que genera la segregación del territorio. En Colombia, al decir de García Villegas, “los ricos y los pobres viven en el mismo país y todos son colombianos pero, como ciudadanos, no se encuentran nunca: nacen en distintos barrios, van a distintas guarderías, a distintos colegios, a distintas universidades, a distintos trabajos, a distintos sitios de recreación, a distintas oficinas públicas, a distintos hospitales, a distintas iglesias, a distintos mercados y finalmente a distintos cementerios. Es como si el sitio del nacimiento de una persona determinara sus recorridos en la ciudad por el resto de su vida”.

 

La segregación social produce distintos paisajes en la ciudad, en donde el número y tamaño de los espacios verdes son indicadores de los ingresos de sus habitantes. Así, se presentan dos extremos: por un lado, áreas ocupadas por construcciones con arquitectura moderna, con alta calidad de los materiales y generosas zonas verdes, seguras y adecuadamente conectadas con los centros comerciales y financieros; son los sitios destinados para las personas de mayor capacidad económica, que generalmente son los dueños del poder y que tienen gran influencia en los destinos de las ciudades.

El barrio de Albrook y antiguas casas de americanos, compradas por Panameños ricos. Ciudad de Panamá. Panamá.

Por otro lado, se encuentran las áreas ocupadas por construcciones simples, con materiales de desecho, sin zonas verdes, inseguras, escasamente conectadas entre sí y con los centros económicos; son los lugares donde habitan las personas que no tienen capacidad económica, los marginados, los pobres, las víctimas del “desarrollo”.

 

Son barrios ubicados en zonas de alta pendiente, que presentan una intensa ocupación del territorio, en donde las viviendas invaden incluso los retiros de las quebradas, dejando porciones muy pequeñas del territorio relativamente desocupadas.


Barrio Las Independencias, Medellín.

Espacio público en el barrio Las Independencias.

En estas zonas, los espacios verdes son residuales, dispuestos de manera aleatoria, con áreas pequeñas y poco conectadas entre sí; crecen principalmente árboles frutales como el mango (Mangifera indica), el plátano (Musa sp) y el aguacate (Persea Americana), y ocasionalmente especies invasoras como la Leucaena leucocephala. Los árboles frutales tienen un alto aprecio por las comunidades locales, especialmente los más rústicos que crecen en suelos poco fértiles, tienen bajas demandas en mantenimiento y constituyen en épocas de cosechas una fuente de ingresos y de alimento para muchos habitantes de las comunas.


Árboles de Mango en un Balcón

Podríamos afirmar que los barrios pobres presentan un mismo patrón de “paisaje de la miseria” en todas las ciudades de Colombia y de América Latina; son habitados por una población marginada y excluida de la ciudad moderna, su territorio tiene una alta densidad de ocupación, incluso en los retiros de las quebradas, no tienen zonas verdes, escasos espacios públicos y sus sistemas de movilidad son altamente restringidos. Tiene razón Jacobs (1995) cuando afirmó que “es casi universalmente cierto que la gente pobre vive en los peores entornos y que el medio ambiente degradado define la pobreza . (Ver siguientes imágenes.)

La matriz de los paisajes de la miseria está habitualmente constituida por espacios habitacionales de pequeñas áreas (entre 30 y 60 m2), elaborados con diversos materiales que van desde el cartón, pasando por la lata, la paja, el ladrillo y el concreto. En estas estructuras arquitectónicas de baja calidad, habitan o se refugian en algunas ocasiones hasta dos o tres familias conformadas en promedio por cuatro personas cada una , que año tras año se multiplican ya sea por crecimiento vegetativo o por la llegada de amigos o familiares expulsados de sus lugares de origen.

 

El crecimiento de la población aumenta la presión sobre los pocos espacios desocupados u obliga a un crecimiento vertical del conglomerado habitacional existente. En estos paisajes, cada metro cuadrado con posibilidades de dar alguna solución habitacional se convierte en un tesoro y las implicaciones ambientales de esta presión carecen de importancia para quienes necesitan lugares para vivir; presionadas por la necesidad de tener un techo, estas poblaciones invaden los retiros de las quebradas o construyen sus viviendas en zonas de alto riesgo, generando un paisaje completamente diferente al diseñado por los planificadores, que sin tener en cuenta las limitaciones vida de las gentes que habitan el territorio, diseñan ciudades virtuales.

Joven con brazo amputado vaciando una terraza.

Los habitantes de estos lugares no pueden darse el lujo de pensar en las generaciones futuras, ni tampoco en la importancia de los espacios verdes o en las implicaciones que sus acciones tienen sobre la fauna y la flora. Diariamente deben conseguir recursos para garantizar su supervivencia; rebuscan sus ingresos trabajando como vendedores ambulantes, albañiles, chóferes, confeccionistas, empleadas domésticas, trabajadoras y trabajadores sexuales, gatilleros, postas, jaladores, escaperos, o cumplen cualquier oficio que les permita sostener y alimentar sus familias, generándose en algunos casos comportamientos delincuenciales que las autoridades de los diferentes países tratan de controlar con la misma fracasada receta: la militarización.


Foto Comuna 13. tomada de la revista cambio www.cambio.com.co/paiscambio .

Favela Sao Pablo, Brasil.

Entre los territorios de los poderosos y los excluidos, se encuentran zonas residenciales adecuadamente conectadas a los centros económicos, relativamente seguras, que presentan espacios verdes en pequeños antejardines, calles arboladas o espacios residuales en los retiros de las quebradas. Son lugares en los que los árboles y los jardines, son testimonios nostálgicos de la dictadura del cemento sobre el territorio: Son los barrios de las clases medias, de los empleados, de los maestros y de los obreros, de las fuerzas policiales y de los funcionarios públicos.


Urbanización Quintas de San Javier, Medellín.

Calle arbolada del barrio Nueva Villa de Aburrá

Se puede afirmar entonces que en la zona Andina de America Latina, el territorio de las ciudades está segregado y que los paisajes de la miseria, son una demostración visual de la concentración de la riqueza, de la exclusión, de la pobreza, de la injusticia y de lo que son las ciudades no sostenibles.

 

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