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Karl Marx, el Otro

Una canción de Joan Manuel Serrat, titulada “Disculpe el Señor”, habla de una turba que llega a la casa de un potentado para ajustar cuentas con aquel que se ha hecho rico con el trabajo ajeno. La letra, aclara luego, advierte sobre esa muchedumbre: son los pobres del mundo quienes “no se han enterado que Carlos Marx está muerto y enterrado.”

 

Hace 200 años, el 5 de mayo de 1818, nació Marx. Paradójicamente, la Alemania, en donde se concentran las maniobras de control del neoliberalismo, y sus pares en el dominio económico del mundo, Londres y Estados Unidos, destacaron en las páginas de sus principales periódicos el legado filosófico de una figura que asusta la ignorancia de quienes no lo han leído y anima, las interpretaciones antojadas de quienes lo pusieron al servicio de un ejercicio equívoco del poder.

 

En su natal Trevéris circuló, a manera de recordatorio, un euro de valor cero. Atinado guiño a su lúcida interpretación del dinero en su memorable texto Manuscritos de 1844. La esencia del hombre, el ser, tema abordado por la historia de la filosofía, quedó, según su reflexión, definida por el poder del dinero. Anticipada intuición sobre la voraz etapa del capitalismo que ha hundido, en el neo- liberalismo actual, el valor de la condición humana. “Marx, tenía razón” dice un titular del New York Times. Y la tiene, basta mirar los estragos de la tiranía bancaria para que se despierten las ganas de desempolvar los afiches del viejo Marx que nutrían los cuartos de las generaciones de los sesenta y de los setenta.

 

La discusión sobre su vigencia no está saldada y así como ronda el fantasma que anunció en su popular Manifiesto, también deambulan los temores de quienes le reclaman haber soltado el diablo del comunismo por el mundo develando el sueño de los “señores”. Marx, toca decir, no es el marxismo, así como Cristo no es el cristianismo, ni Buda el budismo. Para temerle o no, es preciso una lectura seria de sus textos, que sospecho no la han hecho ni sus más fieros detractores, ni sus más dogmáticos seguidores. Y sin embargo desde la segunda mitad del siglo XIX, su pensamiento no ha sido indiferente para ninguno de los grandes intelectuales que han tejido el pensamiento social contemporáneo.

 

Y sí, hay otro Marx o muchos, según mire uno su perfil. Está el memorioso recitador de Dante y Goethe; el fiel seguidor de Bach; el “audaz envuelto en vestiduras de fuego” de los amorosos poemas a su novia -y luego esposa- Jenny; el eterno insatisfecho con sus escritos; el adicto a los tabacos americanos, el hombre que esculcó todas las páginas de Shakespeare y leyó a Homero y la tragedia en griego; el crítico que reseñó a Balzac y el asiduo lector que aprendió español para leer el Quijote o declamar el monólogo de La vida es Sueño. El hombre cuya naturaleza era su entrega por la humanidad. El hombre que murió sobre su mesa de trabajo. Aquel a quien Engels despidió el 17 de marzo de 1883 en el cementerio de Highgate en Inglaterra:

“ Marx fue el hombre más odiado y calumniado de su tiempo. Los gobiernos, absolutistas y republicanos, lo deportaron de sus territorios. Los burgueses, conservadores o ultrademocráticos, compitieron entre ellos acumulando infamias contra él. Todo esto lo hizo a un lado como si se tratara de una telaraña, ignorándolo, respondiendo sólo cuando se veía obligado por una extrema necesidad. Y murió amado, reverenciado y llorado por millones de camaradas revolucionarios -de las minas de Siberia a California, en todas partes de Europa y los Estados Unidos— y me atrevo a afirmar que, aunque tuvo quizás muchos opositores no tuvo un solo enemigo personal.”

 

Por: Marco Antonio Mejía Torres.

@marcoamejia

 

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