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Hubo un tiempo para la guerra, llegó el tiempo de la paz

Del Eclesiastés:

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. (…).

Hay un tiempo para la guerra,

y un tiempo para la paz.

 

Hay guerrillas que hicieron la guerra, luchando contra algo y proponiendo algo, pero más temprano se dieron cuenta de que había llegado el tiempo para la paz.

Las Farc, en cambio, persistieron en una confrontación donde sus ideales se tornaron difusos y sus métodos crecieran en  crueldad. El Estado las combatió por décadas. El entonces presidente Álvaro Uribe lideró, en su momento, la derrota del plan que las Farc ejecutaban hacia la toma del poder. Muchos, entre quienes me incluyo, pensaron que esa derrota era ya necesaria para el país.

Ese triunfo, sin embargo, fue  incompleto. No logró el objetivo, enunciado en el plan de gobierno, de integrar esas vastas regiones que no han hecho parte a plenitud de lo que conocemos como país.  Se logró menguar el poder de la guerrilla de manera significativa, pero no  tener más Estado, ni más ciudadanía, ni más gentes con una visión común de nuestro destino.

 

Hay un tiempo para rasgar,

y un tiempo para coser.

 

Un  triunfo militar se hace más eficiente si puede terminar en un pacto, que integre a los enemigos, a las tropas adversarias, a un orden del que se sentían excluidos. Contando con una implícita aceptación por parte de las Farc de la imposibilidad de lograr sus propósitos, es un buen momento para lograrlo. ¿Cuál sería otro camino? ¿Esperar a eliminar físicamente  a cada guerrillero, gastarnos, utilizar recursos públicos y sociales persiguiéndolos en las selvas, los nevados, en tantos ríos que no hemos conocido? Ese no es, a mi manera de ver,  loable en un Estado que se quiera afianzar como el garante de un orden para todos los ciudadanos.  ¿Un Estado que renuncia a su majestad, que se deje llevar por el instinto de la venganza; podrá evitar que continuemos sufriendo, especialmente quienes viven en las regiones no integradas, la crueldad de los guerreros?

El pacto con la guerrilla es una forma de reconocer que tras lo que les dio origen, a pesar de lo que hemos sufrido por sus acciones y el repudio que sentimos por su falta de empatía, existe una causa original, proyectada en el tiempo: La exclusión de una parte de la sociedad, que se unió en torno a un algo, una identidad posible, una patria que esta guerrilla le posibilitó y que no  encontró en ninguna otra parte.  No podemos simplificar afirmando que ellos son el mal.  Existen  también quienes desde el  orden o un régimen, defendieron privilegios que nos duelen como sociedad y predicaron y sembraron odio, cosechando odios mayores.

La justicia necesaria no es posible en medio del conflicto. La guerra, como lo hemos visto, es un estado de suspensión de las leyes, de olvido de los convenios humanitarios. Y la guerra también sepulta la verdad.

 

Hay un tiempo para matar,

y un tiempo para sanar.

 

Si algún sentido tiene la justicia es la reparación material, social e íntima de quien ha sido avasallado. Justicia es, en primera instancia, detener lo que nos daña; también es una reivindicación de las víctimas, de quienes quieren saber por qué los suyos  fueron convertidos en bienes transables o despojados de sus atributos humanos para dispersarlos en una geografía incierta, sin que se les pudiera brindar la bendición necesaria para el que ya no está, pero especialmente para quienes le sobreviven. La justicia es respuesta para cicatrizar la herida prolongada por la incertidumbre.

Desde luego, la justicia también implica la penitencia para el victimario. No sería digna una justicia en la que las acciones de muerte, las que incluso se dieron más allá de lo que considerábamos intolerable, que no pueden explicarse ni si quiera argumentando un estado de guerra, no sean sancionadas. Las obligaciones de verdad y reparación, la suspensión de los derechos y las limitaciones  a la libertad  pueden en conjunto, sin embargo, brindar más a las víctimas que lo que se simboliza con la palabra reja.

En el absurdo al que llegamos, por la guerra en sí, pero sobre todo por lo extendida en la geografía y en el tiempo, fueron miles los que argumentando defensa o actuando a nombre del Estado, se igualaron por lo bajo con los enemigos. Entrando así al círculo vicioso de victimas convertidos en agresores. Así entonces, las posibilidades de la justicia excepcional, para este momento de transición, que pondera la contrición manifiesta y la reparación no puede ser unilateral sino universal; beneficiosa también, como se estableció en los acuerdos, para los generales y soldados y civiles, que decidieron salvar la sociedad con métodos inaceptables.

 

Hay un tiempo para destruir,

y un tiempo para construir.

 

El trasfondo  magnánimo de justicia es el orden que construyamos, con sentidos más plenos de humanidad, para quienes nos continúan en esta sociedad.

No comparto las ideas de le guerrilla, y espero que este paso sea la renuncia definitiva a su intento de imponerlas por la fuerza. En reciprocidad lucharé para que se les permita expresar   con garantías que les fueron negadas en el pasado. La democracia, así sea imperfecta, es el único escenario posible para debatir.

“Hay un tiempo para intentar”. No puede ser el temor, el miedo a la repetición, a la continuidad organizada de quienes nos destruyen, lo que nos paralice. Como sociedad hemos  creído que lo anómalo, está por fuera de lo que somos, de lo que hacemos y dejamos de hacer.  Esta  decisión histórica, este plebiscito del 2 de octubre, es también, en su dimensión más amplia, la posibilidad de afirmarnos en lo constructivo, de superar la inercia al individualismo exacerbado, a la falta de consideración con el humilde, con el que sufre o con el diferente. La  posibilidad de identificarnos  en propósitos comunes y comprometernos con mandamientos universales, posibles desde creencias que nos hacen diferentes pero no enemigos.

La sociedad, su orden o su desorden, sus virtudes o injusticias, no es cosa natural o desgracia heredada e inevitable.  La sociedad  es el resultado de lo que cada uno hace de su vida, en el gesto de relacionarse con otros y que multiplicado por millones se convierte en historia común.

 

Hubo un tiempo para el no, ha llegado el tiempo por el sí.

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