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Gobernar sin políticos

Por Nelson Restrepo

Me consta que a Fajardo no le gustan los partidos políticos, ni los políticos, no gobierna con ellos, les huye; como él dice, “los respeta”, pero no los tiene en cuenta en el gobierno, no les da nada: no distribuye el gobierno, puestos y contratos, entre quienes lo apoyan, no aceita la maquinaria y la clientela partidista, asunto que hacen casi todos los demás cuando gobiernan.

Configura su equipo de gobierno más que con políticos, con técnicos y comunicadores; le interesa que todo lo que hace se comunique, se vea, él mismo encabeza los programas para la difusión de sus obras. Generalmente no convierte a un cacique electoral en secretario de despacho, no le entrega por ejemplo una secretaría a un político, a un sector político determinado de un partido que le consiguió votos, para que con secretaría en mano disponga de puestos y presupuesto, asunto normalizado, hecho cotidiano en la forma de gobierno de los partidos tradicionales.

Aunque se avaló por la ASI a la alcaldía de Medellín y la Alianza Verde para la gobernación de Antioquia, no ha hecho parte estructural de estos partidos, no se ha interesado en fortalecerlos, no ha gobernado con ellos, no le ha dado prioridad a sus propuestas en el plan de desarrollo y los trata como a cualquier otro.

Cada vez que Fajardo visitaba a un municipio, llegaba primero al colegio y se reunía con los profes y los alumnos, permanentemente violaba esa norma de protocolo de la política tradicional que consiste en llegar primero al despacho del alcalde a reunirse con la clientela local, a tratarse de “doctor, honorable”, recibir regalos y placas de reconocimiento, collares de arepas.

Los alcaldes, acostumbrados a servirse de los gamonales políticos, sus padrinos, para realizar gestiones ante la gobernación, siempre se quejaron de que el gobernador, incluso los secretarios de despacho, no los atendiera en Medellín en su oficina. “Para eso están las teléfonos y las comunicaciones”, escuché una vez como respuesta desde la gobernación. Un funcionario, subsecretario de la gobernación, se quejaba de que muchos alcaldes pasaran más días de la semana en Medellín que en su pueblo, que se fueran a la ciudad a politiquiar, a reuniones con congresistas, representantes, contratistas, descuidando la gestión local. Conocí a un alcalde que iba al municipio los sábados y ahora ocupa un puesto en una entidad importante de la ciudad.

Esta forma de proceder, odiosa para los políticos porque los menosprecia, constituye la principal propuesta de Fajardo para luchar contra la corrupción: gobernar sin los políticos sobre quienes recae una parte importante de la corrupción. Cuando Fajardo dice que “no entregará un contrato a un congresista”, se refiere a eso, a no hacerle el juego a la reproducción de la corrupción.

La forma de gobierno que propone Fajardo no calza con las prácticas de quienes quieren sumarse con él en la Coalición Colombia, en especial el partido Liberal, la U sin candidato; la mayoría de ellos pertenecen a la tradición de entregar trozos, tortas y mermeladas del presupuesto nacional a sus aliados; cuando han gobernado así lo han hecho y lo han naturalizado, lo aceptan como normal.  Fajardo se propone llegar al poder sin comprar un voto, y gobernar sin entregar contratos a clientelas. “Prácticas concretas para enfrentar la corrupción, no una norma más sino un acto, un hecho”, le he escuchado decir y defender. Me supongo que los que han pensado unirse con Fajardo o a Fajardo, se han preguntado “y si este candidato no va a dar nada cuando gobierne, para que nos juntamos con él”?. Ya veremos qué pasa, tanto si se juntan en campaña o en el gobierno, el experimento de gobernar sin políticos en el nivel nacional es atrevido, auténtico, retador e interesante, alejado de la tradición y la teoría.

 

 

 

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