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¡Ganaremos! ¿Pero qué ganaremos con el SÍ?

¡Sí! el SÍ está de fiesta.  Las encuestas muestran que ganará.  Ganaremos.  ¿Pero qué ganaremos?  Lo fundamental que se ha de lograr es el ingreso de la insurgencia de las FARC-EP a la acción política sin armas. Podemos decir que ingresan a la política si la comprendemos como la relación entre seres hablantes que se relacionan para ponerse o no de acuerdo sin mediación de la violencia.  Porque de la lectura de los acuerdos se puede deducir que todo pudo ser posible en el marco de la constitución política de 1991 con su dimensión garantista, en leyes posteriores, en la jurisprudencia de las cortes y en el bloque de constitucionalidad.

Que esta añeja guerrilla deje las armas y se convierta en una formación política para actuar en la sociedad es fundamental para deslegitimar la guerra y esa vetusta concepción de que combinando las formas de lucha se conquistará el poder para garantizar justicia social.  Es increíble que apenas ahora se esté dando este acuerdo. Vencer la intransigencia de los actores principales de este conflicto y lograr el acuerdo es loable y es necesario rodear esta negociación con  apoyo popular.

La gente se pregunta que por qué se nos consulta una obviedad como ésta.  ¿Quién no apoya la paz?.  Y la respuesta no es otra que dar legitimidad a este acuerdo en un país polarizado y en el que la institucionalidad ha sido tomada por las mafias y la corrupción. En un país en el que la guerra ha hecho víctimas  a las poblaciones campesina y rural a las que ha se ha despojado de sus tierras y les han cercenado la libertad y la dignidad.

Si al menos se garantizara con mecanismos idóneos restituir la tierra arrebatada a los campesinos con violencia y artilugios jurídicos que le suceden siempre a la acción violenta… Ni siquiera eso se garantiza en los acuerdos. Pero se avanza, se avanzará. Se avanzará si participamos. Si hacemos acto político con nuestra participación.

En el primer punto de los acuerdos subyace el darle reconocimiento a la población campesina en tanto comunidad con historia y culturas diversas, con economía propia y unas maneras singulares de hacer territorios agroalimentarios o de hacer gestión colectiva del agua; pero está demasiado implícito y no suficientemente explícito. Estos acuerdos serán paz territorial si se aplica a plenitud la ley 160 de 1994 de reservas campesinas desde un enfoque de gestión ambiental territorial participativa, o que por ejemplo el gobierno actual de Medellín permitiera desarrollar el distrito rural para proteger la vida, la cultura y la economía campesina.

Desarrollar el primer punto de los acuerdos de manera eficaz y transparente, es decir, impedir a toda costa que la corrupción y el clientelismo contaminen este programa mínimo y que su concreción tenga como protagonistas de primera línea a las comunidades campesinas, a sus organizaciones, fortaleciéndolas y respetándoles su autonomía y fortaleciendo sus capacidades de autogestión, avanzaríamos como sociedad y garantizaríamos una vida campesina con calidad.  Pero al lado de este acuerdo se  aprueba la ley 1776 de 2016 ZIDRES.  Es necesario reversar esta ley, es un contrasentido.

En el acuerdo hay instrumentos para lograr la sustitución de las economías ilegales  por economías solidarias y sustentables: ese es el sueño y el propósito.  Se requiere una actitud de respeto a la gente, a su querencias y sus maneras de ser y hacer.

Resaltamos el  acuerdo sobre participación y democracia como clave para garantizar que los retos de este documento, con todos sus componentes, se conviertan en puerta para la democratización de la vida colombiana en un sentido integral.

¿Será capaz Colombia de ser la democracia participativa que acordó ser en el 91? ¿Serán capaces los movimientos políticos nacidos en el marco de este acuerdo y los existentes, de respetar las dinámicas sociales y comunitarias expresadas en la diversidad de movimientos sociales que se resisten creativamente y construyen país desde los territorios?.

Nuestro reto como organizaciones de iniciativa civil y comunitaria es inmenso.  Seguir haciendo lo que sabemos hacer con más ahínco.  Hemos sido constructores de paz y por eso sabemos que la paz es territorial.  Ella se materializa en la asamblea comunitaria, en los grupos y redes de mujeres y jóvenes, en la asamblea campesina y del acueducto comunitario, en el sindicato renovado en su relación con las comunidades y la ciudadanía, el territorio colectivo de las comunidades negras, en los resguardos indígenas, en las redes de las diversidades sexuales.

El sí de este 2 de octubre es el primer paso de una renovación política, solo posible si nos involucramos personal y colectivamente.  Este acuerdo es una puerta que se abre y no podemos dejar cerrar.  Es un paso hacia una sociedad democrática, más democrática.   Solo una sociedad movilizada, deliberante podrá ser actora del cambio e impedir que el poder mafioso, que el poder corporativo transnacional, que los impulsores de la guerra, reviertan el proceso y den al traste con un acuerdo que cierra un ciclo de guerra y abre un camino de paz como condición de la construcción democrática.

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