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Esta paz necesita de ciudadanía y líderes políticos comprometidos con ella

Es en momentos excepcionales que se muestra la grandeza de lo que somos, de nuestros políticos y representantes, es dónde se reconoce que pueblo merece ser llamado libre y quienes considerados sus dirigentes y gobernantes.
Aunque en términos netos en el pasado plebiscito por la paz ganó el No, en términos sociales se presentó un empate técnico con quienes votaron Sí. La diferencia de sólo 0.6 % entre ambas opciones es la prueba de esto. Más aún, si tenemos en cuenta (i) las declaraciones del gerente de la campaña del No, en el sentido de que su estrategia buscó desinformar y engañar a los votantes y (ii) las recientes y masivas movilizaciones ciudadanas en todo el país, que re-unieron a gentes del Sí y del No exigiendo paz; podemos afirmar sin equívoco que las y los ciudadanos que de verdad quieren una solución negociada y pronta a nuestro viejo conflicto armado son mucho más que los que votaron Si y No en las urnas.
Sin embargo, esas multitudes y voces ciudadanas que espontánea y autónomamente se han venido manifestando requieren también del apoyo valiente y decidido de aquellos líderes políticos que han sido reconocidos como demócratas, civilistas y honestos en sus actuaciones. Pero se trata aquí de un acompañamiento, de un colaborar en ampliar la voz y posibilidad de incidencia política de este movimiento ciudadano, no de pretender dirigirlo o manipularlo.
Esta relación del movimiento ciudadano con los dirigentes políticos, sus partidos y movimientos se da también en otros dos sentidos: (i) la necesidad de construir un amplio frente político por el desarrollo y sostenibilidad del proceso de paz y (ii) que es en este escenario mismo de defensa de un proceso de paz justo y balanceado, más allá de las tradicionales élites políticas del país, que la ciudadanía misma podrá reconocer quienes son las y los políticos vital y sinceramente comprometidos con la paz y el progreso democrático de nuestro país.
Es este un escenario que requiere la implicación y apoyo decidido de las y los dirigentes políticos realmente democráticos, de sus partidos y movimientos, pero a su vez, y dada la mostrada legitimidad, autonomía y capacidad de convocatoria de este movimiento, podemos afirmar que aquellos dirigentes que sincera y fuertemente no se comprometan con este movimiento ciudadano y popular por la paz, verán muy reducidas sus posibilidades en las próximas elecciones decir o afirmar que representan o recogen estas banderas y en esta dirección verán bastante reducidas su base electoral.
Se trata este de una coyuntura, de un momento histórico muy importante, donde la ciudadanía puede reconocer de verdad quienes la representan y pueden ser considerados sus dirigentes y es a su vez una posibilidad donde los dirigentes pueden surgir o ponerse a prueba y fortalecer su proyección política futura. Es una dialéctica, una tensión creativa entre movimiento social y movimientos o partidos políticos que tenemos que saber cabalgar, sin monopolios, sin sectarismos, teniendo la paz y una justicia balanceada, que mire para todos lados y trascienda lo penal, como horizontes éticos de nuestra actuación.
La paz es posible, ayudar a transformar la realidad social y política de nuestro país también lo es. Un frente amplio, político y ciudadano por la paz se hace necesario.

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