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ELUCUBRACIONES SOBRE LA INUTILIDAD DEL ORO

En los últimos días han proliferado las opiniones respecto a la extracción de oro en Colombia, en parte motivadas por los resultados de la consulta realizada en el municipio de Cajamarca, Tolima. Y entre todos esos textos que llenan el espacio en los medios, hay dos que me han llamado la atención, no solamente por la manera en la que se acercan al tema, sino también por las afirmaciones que en ellos se hacen.

 

El primero de los artículos me lo envió el Obispo de Jericó, Antioquia, Monseñor Noel Londoño, a quien había invitado la semana anterior a visitar la Facultad de Minas, y lo firma Héctor Abad Faciolince, uno de mis escritores preferidos y por qué no decirlo, el más importante del país. Héctor Abad firma su columna como “El oro o el paraíso” y además de plantear la falsa disyuntiva entre paisaje y minería, afirma que el oro es un metal inútil.

 

Más radical en sus afirmaciones resultó la columnista de la revista Semana Sostenible Carolina García, quien se pregunta igualmente “¿Para qué sirve el oro? La respuesta es cruda: para casi nada. Es un metal inútil.” La misma afirmación de nuestro prestigioso escritor. La columnista de Semana se tomó el trabajo de discriminar la producción porcentual del metal y de mostrar lo absurdo que son nuestros comportamientos y creencias, lo tontos que hemos sido a través de la historia de la humanidad al creer que el metal dorado “tiene un valor especial”

 

Ante estas afirmaciones, las cuales también me había expresado personalmente Monseñor Noel, me vinieron a la cabeza un montón de imágenes y preguntas respecto al oro. Si es un metal inútil, entonces, ¿por qué a los deportistas cuando ganan una competencia les dan una medalla de oro? O ¿por qué mis padres celebraron sus bodas de oro de matrimonio? O ¿por qué los antiguos alquimistas buscaban la Piedra Filosofal, aquel artilugio que todo lo que tocaba lo convertía en oro? O ¿por qué para indígenas aborígenes de América ese metal inútil era tan importante? ¿Será entonces que nuestros antepasados Muiscas eran unos tontos que hacían ofrendas a sus dioses vistiendo a su jefe de oro para que se zambullera en la Laguna de Guatavita? ¿Han perdido absurdamente su tiempo todos los pueblos antiguos y modernos a lo largo de la historia de la humanidad buscando el oro en la naturaleza? ¿Han estado siempre equivocados?

 

Me temo que con el oro hay algo más que tontería, hay algo diferente a “lo útil” que reclama con deliciosa prosa Héctor Abad y con agresividad la columnista de Semana, hay tal vez un montón de simbolismo y ritualidad que nuestro concepto práctico de la existencia no nos permite ver. Tiene que haber un significado que explique el porqué hoy en día se producen cerca de 3.000 toneladas anuales de oro en el mundo. No creo que el absurdo nos siga dominado.

 

¿Qué es lo que hace atractivo el oro? ¿Tal vez su inutilidad química? Y con inutilidad me refiero a que se trata de un metal que no reacciona con otros. El que sea inerte implica que se puede crear una Balsa Muisca con él y confiar en que mil años más tarde puede contemplarse en el Museo del Oro en Bogotá casi que tal como la elaboraron sus creadores.

 

¿Será que el oro es una alegoría a la incorruptibilidad, aquello que tanto han buscado las religiones a lo largo de la historia? ¿Tiene algún valor el color dorado que lo distingue?

 

Como ya lo manifesté arriba, la producción anual de oro en el mundo está cercana a las 3000 toneladas al año y de esas 60 se producen en Colombia, casi todas ellas de manera ilegal. Sin embargo, independientemente del origen y de los responsables de la extracción, ese metal está circulando y alguien está pagando por él. En cifras redondas equivale a un monto cercano a los 2.300 millones de dólares al precio actual para nuestro país. El monto mundial es una cifra astronómica, cerca de 114 mil millones de dólares. ¿Dónde está ese dinero? Pues dinamizando la economía y creando valor. He ahí el verdadero interés del oro, el impacto real de su extracción. El oro es un motor de la economía tal como la entendemos en nuestra sociedad.

 

La extracción de oro posibilita el crecimiento de muchos sectores de la economía y hace que el mercado sea dinámico, ha posibilitado el desarrollo de nuestro país y de la mayoría de las economías del mundo. La extracción minera del oro ha facilitado encadenamientos productivos que han permitido la expansión, el crecimiento económico y por ende la generación de valor. ¿Y de que se trata el encadenamiento productivo?, pues que los comerciantes, fontaneros, electricistas, mecánicos, dueños de tiendas de barrio y bares y muchas más personas estén obteniendo su sustento de la extracción del oro. Es que no es sólo el oro, es que toda la economía de un pueblo se mueve gracias a su minería.

 

En Colombia el ejemplo es claro, luego de la expulsión de los españoles en 1819, llegaron los ingleses con sus recursos, invirtieron en el país y a cambio de ello, cobraron su deuda trayendo ingenieros de minas y geólogos con el fin de sistematizar y rentabilizar la extracción del oro y así se dio lugar al nacimiento y desarrollo de la agricultura como actividad económica organizada, se potenció la siderurgia, la explotación del carbón y el desarrollo de la infraestructura, se impulsó la industria cerámica y el comercio se consolidó ampliamente y en consecuencia el sector bancario vio su nacimiento. Nuestra Universidad Nacional también se fundó en aquellos días y la Escuela de Minas de Medellín se creó en Medellín en 1887. Medellín, aquel pequeño poblado que a principios del siglo XIX no era más que una villa alejada y pobre donde se enviaban a morir a los reos que habían sido condenados en la ilustre Santafé de Bogotá y que a finales del mismo siglo era ya una naciente ciudad construida en torno a la explotación minera de sus poblados vecinos. Todo ello como consecuencia de la explotación de oro, la cual tuvo en El Zancudo, su empresa más emblemática en la segunda mitad del siglo XIX, con más de 2.500 empleados hacia 1890, un número que ya lo quisieran muchas empresas de hoy.

 

Si, muy posiblemente, tal como lo afirman Abad y García, el oro es un metal inútil que sólo sirve para ser utilizado en rayos láser para una mayor precisión en el tratamiento de pacientes con cardiopatías o tumores, para ser usado en las hebras de ADN para el estudio del material genético de las células y en termómetros de precisión y en la unión de agentes químicos complejos (como proteínas) para la creación de drogas y medicamentos de alta complejidad. En automóviles, en aviones para enfriar sus turbinas. En la industria para detectar altas concentraciones de monóxido de carbono u otras sustancias que contaminan el ambiente. En la exploración espacial, por sus cualidades reflectivas, protegiendo a astronautas, cápsulas y otros elementos del calor del sol y la radiación infrarroja.

 

Tal vez solo sirva para eso, pero al mismo tiempo, mientras se siga explotando permitirá seguir generando esa cadena de valor que requieren las economías modernas y que ningún otro elemento es capaz de igualarse a él. Sin embargo entiendo que este es un concepto que no sea fácil de asimilar desde un cómodo escritorio de una oficina de redacción de una revista o un periódico en Bogotá, la capital de nuestro “Virreinato”, desde donde la minería es una actividad que se realiza por allá muy lejos y que sólo afecta a quienes viven en las provincias.

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