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EL MURO DE BELFAST

A propósito de la película “El Viaje” que muestra cómo se llegó a acuerdos entre los republicanos y unionistas en Irlanda del Norte para firmar la paz y cesar la lucha armada, conviene mostrar otros hechos que ayudan a entender otras complejidades. Hace un mes estuve en la ciudad de Belfast, capital de Irlanda del Norte, y entendí que si uno, como es costumbre, se dedica a recorrer y conocer solamente el centro de la ciudad o algún atractivo turístico internacional como el museo del Titanic, se pierde, porque no se ve a simple vista el proceso histórico que vivió la ciudad. Eso solamente puede conocerse cuando uno toma el tour de los “taxis negros” que, guiados por expertos en el conflicto armado se desplaza hacia los barrios donde encuentra dos naciones distintas.

En efecto, los barrios populares de Belfast son habitados unos por católicos y otros por protestantes. Estos últimos son partidarios de que su país se mantenga en el Reino Unido, es decir, sea uno de los países constituyentes del Reino Unido cuya cabeza es Inglaterra. En algunos de esos barrios las viviendas mantienen permanentemente izada la bandera del Reino Unido y las paredes de sus casa y edificios públicos tienen pinturas y grafitis exaltando a la reina de Inglaterra y a personajes que durante la guerra fueron comandantes de los grupos paramilitares que atacaban los barrios católicos y se enfrentaban militarmente con el IRA. Estas son las fuerzas Unionistas, por referencia a su interés de seguir siendo parte del Reino Unido.

En los barrios católicos no se izan banderas en las casas, pero las paredes están llenas de grafitis alusivos a su deseo de pertenecer a la República de Irlanda que no hace parte del Reino Unido y alusivos también a los hechos y, para ellos, héroes de la guerra de resistencia contra los ingleses que impusieron un gobierno protestante aliado suyo en Irlanda del Norte. El grupo militar que lideró a los católicos en esta guerra era el Ejército Republicano Irlandés y los grafitis de los barrios católicos ensalzan esta lucha.

La paz entre estas dos facciones se logró en abril de 1998 mediante el Acuerdo del Viernes Santo o el Acuerdo de Belfast que fue firmado por los partidos políticos de Irlanda del Norte y aceptado mediante referéndum tanto por la población de Irlanda del Norte como por la de la República de Irlanda. Solamente 7 años después el IRA se desarmó y más adelante se disolvió como estructura militar.

Pero lo que más impacta al visitante es que los barrios protestantes y católicos, aún hoy, están separados por muros que van desde un metro y medio hasta siete metros de altura; hay 44 muros que tienen una longitud total de 7,5 kilómetros nos informó el guía. En algunos de estos muros hay puertas para entrar y salir de los barrios, algunas de las cuales se cierran apenas oscurece y algunas permanecen cerradas todo el fin de semana. Los muros y las puertas permanecen porque los habitantes protestantes y católicos no se sienten seguros unos con otros. Existe un acuerdo de que 25 años después de firmado el acuerdo del Viernes Santo, es decir, en 2023, los vecinos de los muros realizarán un referendo para decidir si se derrumban o no.

La sociedad de Irlanda del Norte ha hecho esfuerzos por la reconciliación: por ejemplo, ya confluyen protestantes y católicos en los mismos trabajos, en el centro de Belfast, en restaurantes, cines, escenarios deportivos, universidades, pero no confluyen en las escuelas y colegios donde solamente el 7% de los establecimientos están integrados y, claro está, tampoco están integrados los lugares de residencia populares.

Cuando uno está conociendo a Belfast para entender el conflicto que vivieron y viven allá se da cuenta de que una cosa es dejar las armas y otra muy diferente derribar los muros. Más difícil aún donde no hay muros físicos como en Colombia. Y la diferencia puede superar los 25 años. Así que en Colombia necesitamos llenarnos de paciencia, justamente la que se necesita para generar un cambio en la cultura. Por ahora nos debería bastar con que todos los que han usado las armas dejen de hacerlo y se comprometan a dejarlas para siempre y acudir exclusivamente a la acción política pacífica. Si se comprometieran a eso podríamos tener confianza en ellos, una confianza puramente cívica, confianza en su comportamiento democrático: esa es la dimensión que puede alcanzar a estas alturas la reconciliación. Claro que el asesinato de más de 180 líderes sociales desde 2016 muestra que un sector de la sociedad aún no está dispuesta a abandonar las armas.

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