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El gigante que nos mira

Nelson Enrique Restrepo Ramírez

Desde la zona nororiental de Medellín lo veo sentado detrás del cerro Combia en el suroeste antioqueño; exactamente está sentado en Jericó, en el mirador La Mama y cuelga los pies sobre el escarpe apuntando con los dedos de los pies hacia el cañón del río Cauca; está en una actitud de espera, su cabeza sobresale entre las montañas, explora a lo lejos. Yo estoy tranquilo por no ser visto a esta distancia. Para alguien que no esté familiarizado con las líneas de cielo que dibujan nuestras montañas en los días claro, la cabeza del gigante podría parecerle otro farallón.

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Los gigantes llegaron de repente, desembarcaron en naves tan grandes que podían cargar hasta 10 de ellos. En estas tierras dejaron a tres, las noticias dicen que las naves desembarcaron a 70 de ellos en todo el planeta, distribuidos por continentes, masculinos todos como si se tratara de una tropa de invasión. Tal y como estaba dicho en los cuentos milenarios, se trata de humanos gigantes, no son monstruos similares a dragones o derivados de un saurio, son humanos gigantes y se parecen en todo a nosotros; aún sin evidencia alguna, podría afirmar que hay gigantes mujeres en el lugar del universo de donde vienen.

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Apenas minutos después del desembarco los aviones militares los atacaron; la escena ha estado en la televisión y en las redes sociales por varios días, transmitidas desde todas las perspectivas por ciudadanos del mundo con sus teléfonos móviles. La repuesta de los gigantes ha sido igual a la de los humanos ante un mosquito que le merodea en la oreja; los persiguen con la mano hasta atraparlos y molerlos entre los dedos; cuando las fuerzas de la OTAN organizaron un enjambre de aviones y helicópteros, su respuesta fue simple y efectiva: atraparon con sus pañuelos a los helicópteros que parecieron torpes como un cucarrón al vuelo, a los aviones supersónicos los atraparon con sus abrigos batidos al aire, tal y como un paisa volaría un poncho espantando a un abejorro.

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Para describir su tamaño diré que la primera vez que uno de ellos pasó por Medellín (a la altura de la Plaza Minorista), atravesó el valle de Aburrá de oriente a occidente en seis zancadas, buscando en puntas de pies los parques, vías y espacios verdes, procurando no herirse las plantas de los pies desnudos en señales de tránsito y postes de electricidad.

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Nunca antes los colombianos habíamos cooperado en todo frente a una causa. El gobierno planeó el ataque a los gigantes, lo anunció como la actividad militar sin precedentes en la historia, convocó a usar todas las armas y ejércitos posibles, por aire, mar y tierra. Nos autorizaron a usar disparos de todos los calibres, bombas hechizas, flechas de ballestas hechas para la ocasión, bombas incendiarias; nos invitaron a lanzarnos sobre sus pies con cuchillos, machetes, motosierras. Las noticias informaron que señoras del común se lanzaron a machetazos a los dedos de un gigante, de personas que les llegaron con aceite caliente lanzado a los tobillos, la participación de los niños con piedras y terrones.

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El ataque fue inútil para nosotros, con una reacción desproporcionada diríamos. Lo que sucedió como reacción, es asimilable con lo que hacen los humanos cuando encuentran una colonia de hormigas arrieras comiéndose la huerta o el jardín: el humano se empeña en descubrir el camino de hormigas en la huerta, identificar la dirección de las hormigas que van cargadas con hojas, siguen el camino de hormigas hasta la entrada del nido; en este punto los humanos cavamos la tierra para llegar al centro de la colonia; con el paso de los segundos la tierra movida se va copando de hormigas desesperadas, a la defensiva, en casos es posible escuchar el crujir de sus tenazas similar al sonido que se desprende de una manojo de paja cuando es sometido al fuego; donde antes se podía ver la tierra o la casa de las hormigas se convierte en un tapete de hormigas en movilización; para estar ahí es necesario tener zapatos adecuados, generalmente botas de caucho para evitar que ataquen los pies. En este punto el humano se dedica a destrozar la colonia, busca la reina para destruir la fábrica de huevos; es normal que añada veneno en polvo de máxima toxicidad sobre la movilización de hormigas. Este operativo es una forma eficiente de acabar con un hormiguero, yo lo he hecho en varias veces, con sevicia incluso.

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He dedicado mucho a esta descripción para decir que los gigantes han hecho lo mismo: dedicaron un par de días para fabricarse zapatos, los han hecho de guadua tejida, digamos que han elaborado unos canastos a la medida de sus pies y que ahora pueden pisar el suelo urbano evitando chuzarse con un poste agudo, para aplastar sin heridas a los autos en la autopista. Se han ubicado al lado de las vías por las que huyen los autos, y han seguido a los humanos por las rutas que llevan a las ciudades hormigueros. Cuando sucedió el ataque de los humanos, un gigante barrió con la mano a un sector entero de una ciudad pequeña y al parecer se lesionó varios dedos, por eso ahora destruyen edificios y casas con una piedra en la mano, más o menos equivalente a un cuarto del tamaño de la piedra de El Peñón de Guatapé: como si se tratara de abrir un corozo, los gigantes golpean las partes altas de los edificios que se desploman de inmediato; de los escombros brotan humanos como hormigas en movilización y al ataque, luego son recogidos y puestos en un recipiente que contiene salsa con especias extraterrestres. En pocos casos los humanos comemos hormigas, pero para los gigantes su práctica común es comer humanos; para la cena de un gigante se requiere de por lo menos las personas que viven en dos cuadras o un edificio de apartamentos promedio.

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Los científicos que estuvieron por años intentando descifrar el lenguaje de los animales y han enviado mensajes en ondas de radio para que alguien las escuche en la vía láctea, se han arriesgado a proponer una hipótesis luego de grabar y analizar las conversaciones entre los gigantes. Han sido enviados a la tierra con la misión de controlar las plagas que amenazan con comérsela; han recibido la autorización de sus superiores, también nombrados dios por los gigantes, de tomar como alimento lo que sea sobreabundante. Aunque en estas tierras hay vegetación y agua dulce en abundancia, ingredientes que de todas formas consumen, han encontrado en los humanos una proteína fácil de obtener con sus métodos de caza, aunque no muy prometedoras en la cría en cautiverio por su tamaño y el suicidio recurrente.

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El gigante que está sentado en Jericó y cuelga sus pies sobre el despeñadero, examina con cuidado el cuerpo de un humano en la palma de su mano, le quita las ropas como quien limpia un fruto del bosque, parece plenamente consciente de la similitud con su cuerpo gigante, su humanidad digamos, pero no hay en él ningún asomo de compasión o empatía hacia la criatura en sus manos; ha juntado ramas de pino y ha hecho un amasijo de carne con madera, luego lo ha comido con expresión de gusto. Los gigantes han subido de peso, es posible verificarlo a simple vista y atribuirlo a su comida en abundancia.

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