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¿Cómo se construye un «proyecto de ciudad»? ¡Es hora!

Vivo en un país difícil de explicar, atravesado por una violencia que, además de los miles de muertos y desaparecidos, nos ha llevado a no diferenciar enemigos de contradictores, a creernos poseedores de la verdad absoluta, a no conversar con lo diferente, a construir ghettos en los que la alabanza mutua y el rechazo a otros sea nuestro uniforme.

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Y antes de que me lo digan, yo también hago parte de ese mundo, de creernos más sabios y más buenos que todos los demás; en los 70 hubiéramos dicho que somos los de la línea correcta. Una ciudad con los niveles de desigualdad que persisten, a pesar de la transformación de los últimos 20 años, nos dice que una buena parte de la tarea está por hacer y, para hacerla, es necesario una profunda reflexión sobre cómo tomamos las decisiones a la hora de pensar, en lo que ha dado por llamarse: proyecto de ciudad.

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Es la hora de que las voces ilustradas vuelvan a escuchar las voces de los otros, de los que no han podido acceder a las riquezas de todo tipo de la sociedad. ¿Cómo vencer la idea de que ellos no tienen una palabra válida para la construcción de una mejor versión de ciudad?

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Será imposible avanzar en la lucha contra la desigualdad si no somos capaces de poner en la mesa los intereses de todos y entender lo que está presente en ellos. Tenemos que dejar atrás ese asunto arraigado de la «superioridad moral», de las verdades irrefutables, de los títulos académicos que dan el supuesto poder de decir qué es lo mejor para la ciudad.

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La ciudad somos todos, y en el barrio hay miles de personas que no tienen el tono de nosotros, pero que tienen la verdad de sus realidades, de sus imaginarios y los sueños. Ellos no piden que los incluyamos en otro mundo al que no han tenido acceso. Recuerdo al maestro Alberto Aguirre cuando decía: ¿Quién les dijo a los ricos que los pobres quieren vivir como ellos? No. Tal vez lo único que quieren es la dignidad de la vida, es decir poder acceder a la riqueza cultural que ha acumulado la sociedad y la garantía de sus derechos.

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Los tres cuartos de milagro pendientes requieren un monumental esfuerzo colectivo, el tamaño de la crisis lo ha develado, ¿seremos capaces de generar una conversación entre diferentes poniendo sobre la mesa los intereses de cada sector y con el mejor espíritu de concertación? Pienso que por mal que Quintero lo haya hecho, tenemos una alta responsabilidad en el desastre. Confiamos en que la ciudad tenía un rumbo perfecto y el futuro no requería de ajustes al modelo.

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Debemos de dejar de pensar que todo iba bien, es hora de escuchar todas las voces y caminar hacia el túnel al final de la luz.

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