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Carta a mi familia, certezas en tiempos de incertidumbre

Columnista invitada

Un cordial saludo, querida familia:

Sé que algunos tienen miedo de que Gustavo Petro sea elegido como presidente, y que otros simplemente prefieren que no lo sea. La pregunta es ¿por qué?

 

Revisen si alguno de ustedes participó y tiene culpa en los 10 mil falsos positivos, en los miles de asesinados con motosierra, en los más de 7 millones de desplazados y 7 u 8 millones de hectáreas robadas a los campesinos a sangre y fuego; si hace parte del robo a REFICAR, Agro Ingreso Seguro, o la Ruta del Sol; si vive del robo a las gobernaciones o municipios con los contratos de obra pública.

 

Este es el tipo de personas que deben temer la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia, pues el sólo hecho de que promueva el nombramiento de un fiscal y magistrados no corruptos, y que promueva la independencia de la justicia, se lograría que cese la impunidad en delitos contra la población y contra los bienes del Estado, que son bienes de todos. También se lograría que se conociera la verdad y que se repare a las víctimas devolviéndoles la tierra. Para evitar que esto ocurra es que se han reunido con Uribe todos los que tienen cuentas pendientes con la justicia en ese sindicato de corruptos, un Alí Babá con 40 ladrones. Sus esfuerzos no son para evitar la impunidad sino para que lo que ellos mismos han hecho quede impune.

 

Puedo asumir que la respuesta será negativa pues todos nosotros hemos sido honrados y trabajadores, así es que si la justicia opera lo que logrará es despejar el camino para que lo que pague sea el trabajo y el mérito, un terreno en el que somos buenos.

 

Respecto a las versiones que circulan sobre «cierre de iglesias», «expropiaciones» y otras sandeces, puedo asegurar que no es cierto y que no hay ningún motivo para suponer que eso pueda ocurrir. Como alcalde de Bogotá Petro no hizo nada que pudiera afectar a las diversas iglesias, lo que se puede comprobar con una elemental búsqueda en Google. A diferencia de otros alcaldes, nunca recurrió a la facultad de expropiar casas y terrenos que se requerían para obras públicas como el metro: siempre recurrió al acuerdo comercial con los propietarios.

 

Lo que sí está en su programa de gobierno -y lo ha explicado muchas veces- es su idea de que la tierra fértil debe ser aprovechada para generar empleo y producción agroindustrial. Se puede hacer una cuenta sencilla: con 2 empleos por hectárea (pueden ser más) y con solo 5 millones de hectáreas se generarían 10 millones de puestos de trabajo. Pasaríamos a tener suficientes empleos dignos y a exportar en cambio de importar tanta comida. Para lograrlo, sin expropiar, hay que inducir a los propietarios actuales a realizar este proyecto o a que dejen que otros lo hagan. Los propietarios actuales no perderían nada pues recibirían un justo precio por su predio. Aunque otros países que hoy son ricos buscaron el mismo objetivo obligando a los latifundistas a vender la tierra, Petro quiere que sea mediante mecanismos propios del mercado, para lo cual basta con volver costoso mantener improductivas grandes extensiones de tierra, aplicando a los predios improductivos el impuesto predial que hoy ordena la ley.

 

Por otra parte, está ofreciendo lo que ya hizo en Bogotá y que se puede verificar: promover la salud preventiva sin intermediación de las EPS, educación superior gratuita, jardines infantiles 24 horas, subsidiar a los jóvenes que hoy están cerca de la delincuencia para que se incorporen a las instituciones educativas, tratamiento de los adictos como enfermos, el mínimo vital para los servicios públicos. En fin -junto con su idea de una industrialización limpia- es una nutrida lista de programas muy buenos y efectivos que pueden hacer del campo y la ciudad lugares amables.

 

Es claro que aquellos que se ha enriquecido con el delito y la manipulación de la ley para favorecer sus negocios, no estarán conformes con la llegada de Petro y usarán diversos trucos -legales e ilegales- para que Petro no cambie las cosas a favor de todos. Entre esos trucos se encuentra la mentira que pone a temblar a las familias de esforzados trabajadores por una posible afectación de sus iglesias y de las propiedades logradas con años de esfuerzos. Los que sí pueden alegrarse son los excluidos y desposeídos, las víctimas de las diversas formas de agresión que con saña se han practicado en Colombia.

 

En el caso de aquellos que simplemente prefieren que Gustavo Petro no sea presidente, puede uno imaginarse que se debe a que lo ven ajeno, distante a su forma de vida, y aún que su discurso a favor de los pobres no los afecta porque no se sienten pobres ni víctimas y prefieren un candidato con el cual se puedan asemejar socialmente. La pregunta más precisa para ellos es ¿por qué esa falta de compasión? ¿no han llorado con las madres de los 10 mil jóvenes asesinados por un ejército cuya obligación es proteger la vida, la honra y los bienes de todos sin distingo de clases sociales? ¿No lloraron cuando millones de campesinos fueron desplazados para arrebatarles sus tierras? ¿No les generó un fuerte sentimiento de injusticia cuando asesinaron a las madres que reclamaban por su hijo desaparecido? ¿o aquellas madres y esposas asesinadas para evitar que regresaran a un terruño recobrado luego de un dilatado proceso judicial?

 

Se puede caer en el recurso fácil de argumentar que las circunstancias obligaron al uso de la fuerza, pero ¿por qué contra los campesinos pobres e inermes? Además, el General Matallana y Fernando Cepeda Ulloa, ministro de Gobierno de Belisario Betancourt, contaron años después que la paz con las FARC estuvo a punto de firmarse durante esa época, pero que no se logró porque el gobierno no se comprometió a investigar los primeros 50 asesinatos de miembros de la UP. Esto sólo puede significar que la guerra no era necesaria, así es que nunca podría justificar ese desastre humanitario.

 

Creo que ustedes podrán reconocer que para decir estas cosas tengo la autoridad moral e intelectual, pues me respalda el hecho de haber seguido en detalle como investigador y docente la historia de este país, haber compartido con Petro largas y numerosas jornadas de trabajo en mi condición de funcionario de la Bogotá Humana, y mi ocupación permanente persiguiendo el objetivo de un mejor destino para todos; que estos hechos me permiten conocer y entender la personalidad, el sueño, el método y la viabilidad del programa de Gustavo Petro.

 

Pero, volviendo a ustedes, cuando han ido a misa, en una que otra homilía habrán podido recordar las palabras de Jesús en las que afirmaba que preocuparse por sí mismo y por la familia no implica un acto especial, pues hasta los animales hacen eso; que la verdadera compasión implica ocuparse del bienestar del prójimo, de alguien que vive más allá de los límites de la familia, como es el caso de los pobres y las víctimas por los que tanto se preocupa Gustavo Petro.

 

Sin embargo, promover el bienestar del prójimo no solo alivia nuestras conciencias e incrementa nuestros bienes en el cielo como lo recomendaba Jesús, sino que el mejoramiento de la forma de vida de los excluidos reduce aquí y ahora nuestra necesidad de volver nuestros domicilios en «casas de alta seguridad» y que pasear por una calle no signifique una alta probabilidad de ser atracado. Puedo entender que si olvidamos la práctica de la compasión es porque nos han asustado saturándonos con propaganda que nos hace ver el mundo de la forma equivocada y que nos encerremos en el estrecho espacio de los más cercanos.

 

Esta no es una época propicia para declararse neutral, para abstenerse o votar en blanco. Bertrand Russell, el sabio francés, se lamentaba de que «El problema con el mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas»; Platón, el filósofo griego que conocía como pocos la naturaleza humana, dijo hace unos 2.300 años que «El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres»; y Desmond Tutú, Arzobispo de la Iglesia Anglicana en Sudáfrica y Premio Nobel de Paz, dijo durante sus luchas contra el apartheid que «Si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor».

 

Ha llegado la hora del cambio, lo que incluye abrir en nuestros corazones un espacio para la compasión. El Papa Francisco, con palabras sabias, nos dejó este mensaje: «Estén atentos a los frutos, cuiden el trigo, y no pierdan la paz por la cizaña», y lo dijo porque bien sabe que aquellos que usan el miedo para paralizarnos y abandonar lo mejor de nosotros son los que impiden «Que la paz triunfe en Colombia».

 

Si desperdiciamos este momento pasarán largos e infructuosos años antes de que se presente una nueva oportunidad. Conociendo la intimidad de sus corazones sé que pesarán sobre sus conciencias cada niño en la calle, cada padre sin empleo y cada muerto por violencia o por desnutrición; pesarán las palabras de la Pola quien en 1816 nos catalogó como un pueblo indolente, y nos hizo notar que nuestra suerte sería diferente si tuviéramos la dignidad de ejercer nuestros derechos.

 

Creo que evitar la manipulación es un acto valiente que requiere carácter, ese temple que ha servido para sacar la familia adelante. Y será un honor para nosotros contarle a nuestros nietos que estuvimos ahí con la suficiente entereza de carácter como para darle un empujón a una Colombia mejor.

Con afecto,

 

Yanod Márquez Aldana.

(Yanod Márquez es Doctor en Economía, Magíster en Ciencias Políticas, Administrador Público y médico.)

 

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