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Altavista -Vuelve y juega, y de aquello nada-

Desde su conformación como corregimiento, a Altavista la política le ha jugado una mala pasada; la fantástica idea de juntar zonas rurales que le sobraban a las comunas en la división política administrativa de 1987 terminó armando un rompecabezas de territorios que poco tenían en común histórica y culturalmente, es más, creo que ninguno de los habitantes de un sector de la “pata gallina”, como ellos lo definen para explicar lo que es Altavista, conocía alguno de los otro tres.

Aun así, asumieron el reto de asumirse como un territorio común y construyeron de manera participativa un plan de desarrollo local que mostraron con orgullo a la ciudad, eran los tiempos de Luis Pérez, cuando la planeación era un sueño de locos, sin recursos públicos, sin programas, sin agenda desde el Estado. Y tuvieron la osadía de declarar como su proyecto más importante, la universalización en el Corregimiento de una educación pública de calidad.

La planeación participativa es una de las historias bonitas de Altavista, a la par está el dolor y el abandono que ha sufrido históricamente del Estado; y la masacre de 16 jóvenes en la terminal de buses en junio de 1996, el símbolo de la violencia que lo ha azotado desde finales de los 80. Estar ubicado en el occidente, en la estratégica salida al mar, lo ha convertido en el centro de la disputas de todos los actores armados que han pisado Medellín, y su suelo propicio para todas las modalidades de negocios ilegales, robo de gasolina, escombreras, vacunas, microtráfico, loteo, etc. Todo ha pasado ante la mirada indiferente, en cada momento, de los gobiernos locales.

Lo que si han hecho los gobiernos es convertirla en la zona de la ciudad que resuelve los problemas de su crecimiento desordenado: el centro de protección animal, escombreras, zona de reubicación, estación de policía metropolitana, quema de pólvora incautada, todo esto sin recibir compensación alguna.

Altavista existe en la cotidianidad del gobierno local cuando un hecho de violencia la sacude, y vuelvo a escuchar que la policía ha asumido el control y que la Alcaldía está presente acompañando a la comunidad.

Todo hace parte del mismo olvido, un sector como la Palma, donde nacieron y perviven los míticos “Chivos”, sigue sin el menor asomo de inversión social, me atrevo a afirmar que es una de los pocos sectores de la ciudad donde la comunidad no tiene un espacio para reunirse, existe una cancha de futbol que es el reflejo del abandono de todo el barrio. La Palma pierde su nombre con cada ataque de los Chivos y el abandono del sector es una vergüenza de ciudad.

Y qué decir de Nuevo Amanecer, barrio que nació con la reubicación de la comunidad de Mano de Dios, y en donde después de 10 años, no existe además de la escuela, un solo equipamiento público, y en donde un jardín de Buen Comienzo lleva en construcción más de tres años.

Altavista no requiere policía, esa fórmula ha fracasado insistentemente, los ciudadanos del Corregimiento requieren programas sociales, que penetren en la hondura de sus ya casi eternas problemáticas, requiere compañía que permita desterrar los negocios ilícitos de los que aprendieron a vivir parte de las mafias de la ciudad, requiere procesos educativos y culturales que permitan aprender a construir esperanza.

La muerte de tres chicos la semana pasada, los tiroteos sostenidos en diferentes sectores, los anuncios de toque de queda, el miedo que se percibe en cada conversación, es una nueva alerta a una ciudad que no puede convertir en paisaje los dolores del Corregimiento.

Como la historia de las muertes de Tirofijo, Altavista no quiere más titulares de prensa que anuncien el fin de los Chivos, lo que se requiere es un Estado acompañante, preocupado por la garantía de los derechos ciudadanos, y que pague los años de olvido y de violencia a los que lo han condenado. Ahí están las organizaciones de jóvenes, de mujeres, las artísticas y culturales, ellas son resistencia y esperanza.

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