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Acallar los fusiles para escuchar las voces humanas

Ver el documental El silencio de los fusiles dirigido por la periodista Natalia Orozco, es una experiencia íntima y profundamente conmovedora. A lo largo de dos horas y guiados por las palabras cálidas y serenas de Natalia, algunos espectadores revivimos en la voz y en las imágenes de los protagonistas, los momentos más relevantes ocurridos durante el período de negociación entre el Gobierno del presidente Santos y las Farc. Como se sabe, dicho proceso culminó con la firma del Acuerdo Final de Paz en La Habana, el cese bilateral del fuego y recientemente la entrega de armas por parte de esa guerrilla.

 

El documental recoge desde el discurso de posesión del presidente Santos hasta las reacciones que generaron los resultados inesperados del plebiscito por la paz —realizado en octubre del 2016—. Además, selecciona con rigor muchas otras imágenes y voces de archivos de prensa y televisión, que dan cuenta de los acontecimientos de impacto nacional durante el periodo 2010 -2016. Esa polifonía de fuentes y visiones, logra mostrar lo más profundamente humano de los protagonistas de la negociación, así como la evolución de las difíciles conversaciones que llevarían a ese Acuerdo Final que pretende la construcción de una paz frágil y amenazada.

 

Los hechos se muestran desde la perspectiva vital de cada uno de los actores, ubicados en orillas distantes pero que, como en toda interacción humana, logran encuentros y cercanías en medio de profundas diferencias y cosmovisiones opuestas. Es la cara humana de los comandantes guerrilleros, de los integrantes del Equipo Negociador del Gobierno, de las víctimas, de sus dolores y angustias; de los momentos conmovedores que se vivieron entre víctimas y victimarios; del dolor y el horror de la guerra, pero también de la alegría y la tristeza producidas por los avances y retrocesos en el proceso.

 

El silencio de los fusiles es un documental que narra la crudeza de la guerra y la persistencia en la búsqueda de la paz, directamente desde los rostros y las voces, captados en primerísimos planos, en entrevistas intensas y precisas que indagan por los temas más difíciles y controversiales del acuerdo. Son testimonios logrados de manera enérgica y contundente, enmarcados también por ese fragor de los fusiles y la dureza del combate, por la lógica implacable de los guerreros en cuyas palabras pueden entreverse los efectos colaterales de 50 años de guerra. Este documental, sin duda, pone de presente la dificultad de la palabra y el diálogo, mientras siguen los muertos de ambos bandos que son siempre los más humildes: los soldados y guerrilleros rasos.

 

Creo que como pocos registros documentales del proceso de paz, este filme expone con habilidad que la incertidumbre y la desconfianza son asuntos difíciles de vencer; y que, por lo tanto, ambas condiciones se condensan en un ingrediente cáustico para un proceso largo, tortuoso e imprevisible. Sin embargo, hay una gran enseñanza proyectada en la pantalla: pese a la cercanía, que si bien no logra que ambos bandos se convenzan uno al otro de sus verdades y se sitúen en la misma orilla, permite que empiecen a ponerse en los zapatos del otro para intentar comprender aquello que escapa a la razón y al sentimiento.

 

Orozco, objetiva en las entrevistas, logró mostrar en esta producción los retos y los riesgos que implica el acuerdo para ambas partes, y lo hizo de forma sincera y aguda. Sin excluir tampoco los momentos de humor y la picardía, de alegría, de dolor y el horror de la confrontación bélica.

 

Este documental nos acerca a momentos impactantes. Uno de ellos, grabado en mi memoria y en mi piel, fue el temblor en las manos que se le ve a uno de los comandantes guerrilleros cuando pide perdón a las víctimas de Bojayá. Con valentía y pesadumbre se enfrenta a las caras aún llenas de estupor de las madres, hermanas, esposas y compañeras que aún lloran y se duelen de sus víctimas, con el lamento hondo de sus alabaos. Como esa, muchas otras escenas dan testimonio de que es posible la reconciliación a pesar de las heridas aún sangrantes.

 

El silencio de los fusiles es un pulso vigoroso de esperanza, pero también es un latido urgente de la necesidad de reconocer que éste,caro es solo el inicio de un largo camino que el país debe recorrer para conquistar esa anhelada paz a la que le han puesto dos apellidos tan honorables como ambiciosos: estable y duradera.

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