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A la paz sí, con ‘s’ de salud

En las últimas semanas Colombia ha sido protagonista de una aguda polarización política, motivada por la cercana votación del plebiscito con el que se busca refrendar el Acuerdo Final para la terminación del conflicto con las Farc. Esa polarización se insertó en la conversación cotidiana, en los entornos laborales y redes sociales; debates —no siempre argumentados—, que detonaron acalorados enfrentamientos entre los defensores del y del no.

 

Esa forma de discutir un tema de tan alta trascendencia, no solo refleja la minoría de edad que poseemos como sociedad moderna, sino también nuestra incapacidad para construir un diálogo sensato. Valga decirlo, los prejuicios y la falta de argumentos sólidos son síntomas latentes de la rabia, la tristeza y el dolor que cincuenta años de guerra han atesorado en el corazón del país.

 

Yo, sin embargo, me declaro optimista, pues entiendo este momento como un fornido germen de la cultura política. Someter a consideración pública los acuerdos de La Habana es, sin duda, un primer y fundamental paso en la construcción de la paz. Reconocer a quien piensa diferente como interlocutor legítimo es un ejercicio fundamental en la construcción de democracia; al fin y al cabo la verdad es una construcción colectiva. Pero entenderla de esa forma requiere madurez en los argumentos, humildad para escuchar y poner más razón que corazón en la discusión.

 

Como señalaría el filósofo Karl Popper en su artículo El conocimiento de la ignorancia, la construcción de conocimiento requiere tolerancia y reconocer al otro como igual. Ello implica tres principios, es decir, condiciones esencialmente epistemológicas y éticas. Inicialmente un principio de falibilidad, que pone como precepto el que ambos podemos estar equivocados. El segundo es un principio de diálogo racional, basado en estricta responsabilidad intelectual. Y en tercer instancia el principio de acercamiento a la verdad mediante el debate, que supone discusiones críticas impersonales para mejorar nuestro entendimiento, incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo.

 

Así, estoy convencida de que esta pedagogía y el debate público nos harán avanzar en ese aprendizaje. Por ello, advierto, no podemos ser indiferentes a la discusión. Es un deber ciudadano tomar una posición y de manera ilustrada asumirla con lo que pueda implicar en el futuro. Ese es nuestro compromiso histórico este 2 de octubre y es indelegable.

 

Al contrario de quienes suponen que la discusión impide la amistad y el afecto, creo todo lo contrario. El respeto consiste justamente en reconocer en el otro su derecho a ser, a opinar diferente y actuar en consecuencia. Las sociedades más maduras son aquellas capaces de dirimir las diferencias y los conflictos a partir de aquello que nos hace humanos: la palabra, esa que destituye la necesidad de agredir para lograr un propósito.

 

Esa incapacidad nuestra —instaurada por décadas en este conflicto— para darle estatus salvador al diálogo, trajo consigo una guerra que no sólo tuvo un inmenso costo en vidas, sino también para el deterioro del medio ambiente, la pérdida de oportunidades de desarrollo y, particularmente, un incalculable impacto social sobre la salud mental de los colombianos. Evidencia de ello es la orientación ideológica y emocional de buena parte de los millones de comentarios publicados diariamente en las redes sociales.

 

Con la convicción profunda desde mi quehacer como salubrista, votaré por el en el plebiscito. Tengo pleno conocimiento de que no es el acuerdo ideal, pero también de que es el mejor posible. Y tengo tres razones para ir con tranquilidad hasta la urna y dar ese .

 

La primera es que soy médica y mi juramento hipocrático, tan olvidado hoy por mis colegas, me obliga a realizar todo lo que esté a mi alcance para preservar la vida y disminuir el sufrimiento de los seres humanos. La segunda es que soy salubrista y en esa labor me he empeñado con pasión para que la población tenga mayor bienestar y disminuya los riesgos de enfermar y morir prematuramente. Mi profesor de salud pública en pregrado, Héctor Abad Gómez —víctima de esta guerra—, me enseñó hace ya varias décadas que el principal problema de salud pública del país era la violencia y que la guerra era la expresión más sofisticada y elaborada de la misma. Por eso, combatirla pacíficamente es mi deber como salubrista. Por último, mi condición de mujer y el compromiso con las mujeres es y será siempre a favor de la vida. Ello implica una defensa permanente de una vida digna para nuestros hijos y nietos; y para todos los hijos e hijas por nacer.

 

No soy ingenua, sé que falta mucho tiempo para construir una sociedad más justa y equitativa, que la maldad y la bondad son inherentes a la naturaleza humana y que el acuerdo de La Habana es solo un primer paso para construir lo allí pactado. Pero me llena de ilusión este primer paso hacia un nuevo futuro lleno de esperanza para este país hermoso, que amo y que es mi patria.

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